viernes, 29 de marzo de 2019

De Barovento al Silicon Valley

He leído estos días un trabajo sobre la historia de Barlovento entre 1493 y 1918, obra interesante, cargada de datos y referencias sobre la vida en nuestro pueblo, en la que Horacio Concepción García desgrana una rica información, en casi quinientas páginas. La obra, presentada en Barlovento hace algunos meses, no tiene apenas divulgación, posiblemente porque vivimos en el espejismo, que mira de manera permanente hacia fuera, ignorando y marginando lo local, lo pequeño, lo nuestro. Mientras, en los centros de poder del mundo, como el de Silicon Valley, le prohíben a los niños las tabletas y los móviles, y fomentan volver al papel y a la pizarra. Y eso ocurre con los hijos y nietos de los dueños de Apple o Google, intentando evitar la desconexión de los niños con el medio, con la vida, dada la separación y alejamiento entre los humanos y el territorio y la sociedad en la que vivimos. Sean estas líneas de apoyo a la dignificación de lo pequeño, de lo local, como manera de hacer visible la tierra en la que hemos nacido, pero también convencido que la dignificación de lo pequeño, lo próximo, lo de aquí, aporta no sólo bienestar a la familias locales, sino que también genera equilibrio y orgullo como pueblo, revalorizándonos, rompiendo con moldes que miran para lo global, para las macrociudades, como modelo, en un mundo que devalúa y destruye lo rural, asociando todo progreso y modernidad al alejamiento del campo y lo rural. Sin embargo, la salud humana y la salud ambiental del planeta nos dicen que tenemos que mirar para el campo por la naturaleza, leer el ayer para sembrar el mañana.

A partir de una lectura rica de los archivos, Horacio presenta un amplio recorrido de la historia de Barlovento, con páginas cargadas de información, en la que presenta los temas básicos para entender el presente: poblamiento, comunicaciones, actividades económicas: cultivos, ganadería, reparto y uso de las tierras, el papel de los usos comunales, las actividades forestales, los aprovechamientos de madera, los recursos hídricos y la tierra, los grandes ciclos económicos y Barlovento, los conflictos por la tierra y el agua.


Horacio describe los montes con sobrepastoreo, hasta la cumbre, con una gran explotación de la madera y nuevos cultivos como los boniatos para mitigar el hambre. En otro estado de cosas, sitúa la cebada y el centeno para suelos más pobres, para conseguir algo que llevar al estómago.

Capítulos importantes son los dedicados a la alimentación; sequía, langosta, tierras dedicadas a cultivos no comestibles, escasez de grano, importación, hambre, situando el año 1847 como el de la carestía de alimentos que nos obligó a recurrir a la raíz de helechos y las tuneras asadas como alimento.

El libro es un trabajo que nos ilustra con abundante documentación del recorrido de una comunidad a lo largo de los años, siendo un documento básico que nos sirve, de alguna manera, para preparar el futuro, entendiendo que, para ello y en buena lógica, hemos de conocer el pasado.

Echamos de menos que dicho trabajo no aparezca como una referencia importante de lectura básica en Barlovento, máxime cuando vemos las referencias de nuestros pueblos, la desmotivación en nuestros jóvenes por las cosas y conocimientos sobre temas básicos para generar riqueza económica y ambiental, agua, agricultura, turismo, dignificación de nuestra historia y la económica, como optimizar nuestro medio. En relación a ello Horacio hace un recorrido a través de diez capítulos, en el que nos habla de un rico repertorio, desde el robo del pósito a la construcción de la Iglesia y a las actividades agropastoriles. Aquí y ahora, el presente y futuro de Barlovento, que nos obliga a mirar para dentro dignificando nuestro entorno.

La lectura del trabajo de Horacio nos sitúa en el Barlovento con más recursos en quinientos años de historia, que tiene los mejores montes, y qué decir de las viviendas, la sanidad, los centros de enseñanza... Nos falta una valoración en positivo de cómo optimizar los recursos campesinos; agua, tierra, turismo, naturaleza, con una gestión que dignifique y armonice naturaleza y vecinos, en una sociedad más equilibrada y solidaria que reconozca valores que hoy están devaluados, por un espejismo que degrada y devalúa lo pequeño, lo local, en una farándula, y que no siembra futuro, ni bienestar social y ambiental.

La lectura del estudio sobre Barlovento es también una manera de dignificar y autovalorar lo nuestro, como colectivo, que se identifica con el territorio que pisamos, ante un mundo globalizado que nos empobrece.

Enhorabuena y gracias a Horacio.

viernes, 22 de marzo de 2019

De Arafo a Zonzamas

El pasado viernes, los jóvenes nos dieron un tirón de orejas sobre el cambio climático y lo que hacemos. El sistema educativo y los medios de comunicación suelen estar con actitudes que miran para la alta política. Sin embargo, entiendo que, en relación a lo que ocurre con el clima y la política económica en el planeta, o la huella de carbono y el kilómetro cero, es esencial lo que pasa a escala de lo pequeño, lo local y lo familiar. ¿Qué hacemos aquí y ahora? Veamos el ejemplo de los castaños de Arafo y los boniatos de Zonzamas, cultura y cambio climático.

Hemos de entender que el castaño es una planta que demanda más de 700 litros de agua por m2 y año, y una baja insolación. Sin embargo, nuestros agricultores han sido capaces de hacerlos productivos en la ladera del sotavento de Tenerife, con menos del 50% de los recursos hídricos y una mayor insolación, en este mismo marco. Nuestros agricultores han incorporado otros frutales adaptándolos a la aridez: guindas, perales, damasqueros, etc. Han construido hornos para secar higos de las zonas altas que maduran en octubre, hornos localizados entre Arafo a Ifonche. Qué decir de la cultura del jable y la aridez, evidente entre Arafo y Vilaflor, con pequeños pasos hasta las Fuentes Cloro y El Cedro (Guía-Adeje), o la de los boniatos y hortalizas en los jables de Lanzarote.

Los llanos de Zonzamas son un ejemplo de libro que debemos incorporar a la escuela y a la Universidad; boniatos y tomates con la lluvia del desierto, con rendimiento de zonas tropicales, tomates de secano en Tías o en el jable de Costa de Teguise; qué decir de los boniatos de secano en el sur de La Palma o de la viña malvasía en los Llanos Negros (planta exigente en humedad cultivada en secano). Nuestros jóvenes y sus profesores tienen que mirar para lo pequeño, lo local, donde referencias como Greta Thunberg seguro que cogerían una guataca o un sacho y dignificarían la cultura campesino huérfana en los tiempos que nos toca vivir; y lo del viernes pasado no puede ser una nueva marca en el santoral de los tiempos haciendo del tema un día más de nuestros ritos colectivos.

Las castañas en Arafo, las almendras en Santiago del Teide-Guía de Isora, los tunos y el queso ariqueros en el Valle del Palmar (Teno Alto) no son compatibles con las zarzas y tabaibas dominantes, y menos aún en algunos de los pedazos de tierra más fértiles de Tenerife, en los que quedan menos de una docena de agricultores y ganaderos con peligros muy serios de seguridad en los próximos meses de verano cargados de combustible mientras nuestra ganadería se alimenta con forraje importado. Aquí estamos sembrando peligros serios ante los largos veranos canarios.

Necesitamos activistas locales que miren en su entorno, desde la Caleta de Famara hasta Garafía, que a la hora de alimentarse miren hacia nuestros paisanos y nuestros paisajes. Pongamos en nuestra agenda un mayor compromiso con la tierra, con más respeto a los que hacen surcos y limpian maleza. Hagamos surcos con los conocimientos, sembrando el campo, con una cultura cargada de valores que han dignificado haciendo productivo, medios y plantas. Que la cultura de los campesinos se incorpore al saber, en una lucha por mejorar la relación con el medio y evitar la aridez y los suelos pobres. Dignifiquemos la cultura hija de la sabiduría del campesino.

Al final, los maestros de la tierra en Arafo, Lanzarote, Fuencaliente son maestros del cambio climático que debemos tratar con cariño y respeto, y sobre todo aprender. Gracias por esta sabiduría que es hoy tan útil y tan necesaria en esta tierra.

viernes, 15 de marzo de 2019

Las grajas, tuneras y el cambio climático

Hacemos cosas que cuesta entender en eso que llamamos sentido común. Lo peor de todo es que son planteamientos que parten de las cabezas más ilustradas, las que están cultivadas en las universidades.

Las grajas en La Palma son una referencia de salud ambiental, centinelas del medio ambiente, y localizadas en zonas con menos veneno. Solo quedan en La Palma.

Las tuneras, las arrancamos como plantas invasoras. Sin embargo, las grajas demandan tunos, al igual que otras aves, lagartos? es decir, a las grajas les cortamos la alimentación, en nombre del medioambiente. Por otra parte, como no sembramos cereal y apenas labramos la tierra, impedimos que las grajas encuentren larvas, caracoles, semillas... Y qué decir de las higueras y los higos, otro alimento en abandono, etc. Nosotros no comemos tunos, porque tienen picos, y en cambio compramos fruta del otro lado del mundo. No olvidemos que las tuneras son plantas adaptadas a suelos pobres, con gran capacidad de arraigar con precipitaciones muy cortas, siendo una planta que produce fruta en suelos con pocos cuidados, y además sin veneno.


Esta planta, además, ha sido un auxilio en la alimentación de los canarios cuando éramos pobres, tanto como fruta fresca como pasada, mientras que las pencas de tunera era utilizadas como forraje para el ganado, desde Lanzarote a Tijarafe. Por ello, rechazamos la lectura libresca sobre las supuestas plantas invasoras, olvidando los usos tradicionales y las leyes de la naturaleza, como ocurre con la pitera que fue una gran forrajera, sobre todo ante los años secos, no siendo menos importante cómo distraemos recursos públicos en temas periféricos, ignorando que los frutales de secano no solo alimentaban a la población local, pero también a la fauna supuestamente protegida.

En La Palma son una referencia las grajas, pero, sin embargo, nuestros ambientalistas proponen a los políticos actuaciones que nos empobrecen y alejan al gastar recursos en los temas que debemos priorizar como pueblo.

El cambio climático nos obliga como colectivo al cuidado de plantas adaptadas a la aridez, así como a los suelos pobres. Las tuneras, las higueras, los almendros y la viña son ejemplo de un modelo que siembra y planta futuro. No es razonable que estemos plantando tabaibas y otras euphorias mientras vemos que nuestros frutales se encuentran ahogados entre aulagas, tabaibas, granadillos, retamas, etc. o mientras celebramos fiestas de almendro en flor, olvidando la limpieza, la poda y el mantenimiento, careciendo en nuestro comercio de higos y almendros del país, mientras los importamos de Turquía o California.

Pongamos las cuadrillas ambientales en trabajos de prevención de incendios, o en actuaciones ordenadas con continuidad en frenar el rabo de gato, pero, sobre todo, dando cuidados a los frutales y a un amplio campo de conocimiento sobre la cultura agraria. Lo de las tuneras y las grajas son un ejemplo de la separación entre el mundo real y las teorías urbanas, alejadas de los campesinos.

Las grajas crean problemas a los campesinos cuando le arrancan el millo recién sembrado, pero la Administración Pública no debe dejarlas sin tunos, porque en ese caso se hacen más agresivas con los pocos agricultores que siembran. Las grajas no quieren tabaibas ni verodes. Y nosotros tampoco.

Canarias deber tener ahora la mayor superficie de tabaibas y verodes de los últimos quinientos años. No hagamos nuevas plantaciones.

Las tuneras nos han socorrido en periodos de hambre, son los frutales más tolerantes a la aridez de los cultivos en Canarias. Debemos tratarlas con el respecto que se merecen. No son invasores, las trajeron los emigrantes y generaron un ciclo económico con menos miserias, además de poner alimento en nuestro estomago cuando los alimentos no venían en los barcos.


Sembremos ilusión y compromiso con un mundo más sostenible. Si la naturaleza va a mal para las grajas va mal para nosotros. Aprendamos, aunque sea un poco, de nuestros mayores.

Las tuneras frenan la erosión y hacen productivos suelos hoy valutos. Leamos el territorio con cultura de ayer que puede ser una siembra del mañana.

viernes, 8 de marzo de 2019

Barlovento y el Monte

Tiene una difícil lectura la problemática de nuestros montes en estos momentos. Hace unos años, Barlovento era un pueblo que vivía básicamente relacionado con el monte, ya que su costa carecía de interés económico por los problemas de la escasez de agua.

Los montes de Barlovento son unos de los montes más ricos de La Palma, unidos a los de Garafía, Los Sauces y Puntallana, sin embargo en estos momentos carecen de gestión. Hemos de entender que el mantenimiento del monte tiene elementos básicos. Si hacemos una gestión humana de los recursos forestales, por ejemplo, no podemos seguir tratando los problemas de los montes con la misma cultura que los problemas urbanos. Es decir, en Barlovento carecemos en estos momentos de cuadrillas forestales que manejen, que conozcan, que dominen las pistas, las dificultades de la orografía, el conocimiento del terreno y, sobre todo, que hagan una labor de selvicultura, tanto de cortafuegos con entresaca, como de la limpieza de las zonas próximas a la población propias de un medio rural. La gestión medioambiental en La Palma carece de cuadrillas asignadas al territorio, como es el caso de este municipio, y se piensa en unos bomberos de tipo urbano, de tal manera que lo que hemos visto estos días en Galicia y Asturias, en pleno mes de marzo, con incendios que se pueden dar en Canarias en las mismas condiciones.

Los bomberos urbanos se mueven con planos, con conocimiento de las zonas urbanas donde trabajan y actúan. Los bomberos en el medio rural han de conocer el medio en el que están. No nos vale un sistema de cuadrillas sólo mirando para los medios aéreos, como están en estos momentos. Tenemos que darnos cuenta de que la defensa de los incendios en La Palma tiene carencias importantes en la selvicultura y la entresaca que hay en los trabajos forestales. Por lo tanto, en los montes de Barlovento, que tiene la mayor superficie forestal , por lo menos en los últimos 200 años, en la que se ha abandonado la actividad agraria y ganadera que tenía que ver directamente con el monte, se encuentran desatendidos. Pensemos que en los años cincuenta-sesenta tenía más de mil cabezas de ganado, que dependían en gran parte del forraje del monte, tagasaste, brezos y demás. Se hacía estiércol, para abonar las tierras. Hoy en día, toda esa actividad agraria y ganadera está prácticamente desaparecida, con el riesgo que conlleva principalmente para los incendios. Por lo tanto, necesitamos urgentemente la reactivación de brigadas forestales asignadas al territorio con un dominio del mismo.

El monte hoy puede generar puestos de trabajo. En su momento significó un complemento económico para el ayuntamiento, el cual tenía parte de sus ingresos relacionados con la actividad forestal. Hoy en Canarias hay 130.000 ha forestales y las brigadas forestales son el personal humano encargado de su gestión. En ningún momento se ha planteado que estas personas deben estar relacionadas con el territorio que pisan, cosa que en el caso de Barlovento si sucedía tiempo atrás. En ese mismo marco hemos de situar que la selvicultura no puede ser una actividad burocrática separada de los problemas de los agricultores y de los ganaderos. Por eso no podemos estar de acuerdo que este tema se resuelva con unos agentes forestales que vienen a las zonas rurales o las zonas forestales, con unos planteamientos librescos, que aplican unas dimensiones en el corte de los árboles, o una supuesta protección forestal, que sale de un marco urbano alejado de la situación real. Por ejemplo cuando nos hablan de los viñátigos o laureles, como plantas para conservar el monte, ante los brezos, los acebiños o las fayas, o con un tema teórico de que el monte se degrada si se corta muchas veces, ya que no es así. En Canarias hemos de tener en cuenta donde está cada superficie forestal, si está en las zona de umbría o está en el fondo de los barrancos, o en los lomos, las condiciones no son las mismas, ni la vegetación tampoco. Canarias tiene que volver otra vez a asignar a personas con tareas concretas en superficies definidas y que los trabajos forestales no pueden ser temas teóricos o abstractos, que un día los enviamos al monte o llamamos a la UME para que resuelva los incendios en una superficie que no han pisado o que no conocen. Es en ese marco en el que entendemos que el monte de Barlovento ha de generar puestos de trabajos y estabilidad ambiental. Hay que cambiar la política forestal en Canarias o en el caso concreto de La Palma, para que lo que está ocurriendo estos días en Asturias y Galicia, o lo que ocurrió el otro día en Llano Negro en Garafía, sea algo excepcional. Para ello hay que hacer selvicultura , trabajos de mantenimiento, cuidando los accesos. Al fin y al cabo poniendo en práctica la cultura del monte.

Los montes de Barlovento han estado prácticamente humanizados cuando las condiciones económicas nos obligaron a mirar para el monte, como principal fuente de supervivencia. Así, cuando hablamos de Las Cancelitas, de Las Eritas, del Corral de la Piedra, de La Cueva de Peteire y de tantos topónimos que tenemos en medio de lo que es hoy una zona forestal, que en una época de carencias la gente del lugar aprovecho para vivir, desde los codesales, que se utilizaron como elemento de pastoreo, hasta gran parte de las zonas de monte en las que no sólo se utilizaban para la leña, el carbón, o las ramas para los animales, sino que se llegaron a exportar a Gran Canaria o zonas urbanas de La Palma, toda esa actividad agraria o ganadera prácticamente ha desaparecido. Ahora nos encontramos en otra coyuntura en la que tenemos el mejor monte que hemos conocido en la historia posiblemente de la Palma. Pero falta una relación de trabajadores vinculados al monte , de profesionales con conocimiento del territorio y compromiso con éste, en el que se ha de partir de un presupuesto que ha de manejar los responsables ambientales de la Isla o con participación del ayuntamiento, para que los montes tengan un nivel de limpieza y de trabajo de selvicultura, entendemos que los tiempos modernos nos obligan a tenerlo y no como está en estos momentos.

Hablando estos días me decía un "no ya joven" de este territorio que en la época en la que tenía 18 años llegó a bajar al empaquetado de la Finca de Oropesa hasta 700 kg de pinocha al mes. En esa época teníamos cientos de chicos de Barlovento y otros menos jóvenes llevando pinocha para los plátanos o los empaquetados. En esa época de miseria que el monte estaba barrido, hoy afortunadamente eso no lo necesitamos. Hoy eso no es así, pero sí que tenemos que tener selvicultura, cuidar nuestros montes con profesionales, que tengan garantizados unos ingresos económicos, revalorizados como trabajadores de una actividad que se necesita mantener y que está ahora mismo descuidada.

viernes, 1 de marzo de 2019

Los montes y el medioambiente

En la historia de las Islas, el monte fue un complemento económico de la población. En las cinco islas occidentales funcionó una relación vertical, en la que las zonas costeras y las medianías demandaban productos forestales, pero también las tierras más fértiles que ocupaba el monte. Teníamos un equilibrio inestable, monte y tierras para cultivar, el topónimo rosas se repite en Canarias, de rozar con "z", de la dura lucha entre el hacha y la azada, que no siempre fueron complementarias, como ocurrió en muchos puntos de las medianías, sobre todo en Gran Canaria, y en otros puntos de las Islas en las que se privatizaron los montes. Leamos la creación de los municipios y los montes, así por ejemplo, en La Palma todos los municipios tenían monte, excepto Tazacorte. En Tenerife, quedaron huérfanos de monte Arona, San Miguel y el Puerto de la Cruz. En Gran Canaria, en las medianías húmedas se impuso el hambre de tierra para cultivar los surcos y el pastoreo. Se impusieron sobre un mayor equilibrio socioambiental.

Los montes y el medio ambiente. Los montes hoy: contemplación sin actividad económica, 135.000 hectáreas, supuestamente protegidas, con apenas operarios, cargadas de visitantes urbanos con poco presupuesto, con profesionales más preocupados por los incendios en los veranos, sin apenas gestión de la selvicultura -bosques cargados de combustible, leñas muertas, altas densidades de plantas, pinos como plantaciones de lechugas, sin entresacas, pinocha, maleza, matorrales en zonas de antaño de cultivo, pastoreo ahora en crisis agroganadera-. De madera y de leña apenas tenemos demanda, el abono orgánico cae en picado, dada la perdida de la actividad agraria y la comodidad con los abonos químicos.

La burocratización de la actividad forestal, con lamentables cortacircuitos urbanos, tiempo, papeles, limitaciones poco entendibles, por el distanciamiento entre la actividad forestal y la administración. Los corta la matarrasa o entresaca, la lectura de las distintas categorías de protección -inclinación del terreno, supuestas plantas más protegidas, los viñátigos, los laureles-, el resto de los montes en terrenos de uso agrario hace unos años, ha vuelto al cultivo la lectura urbana del monte. Separar la actividad forestal de los problemas de cada día, cortar, hacer carbonera, limpieza de la broza, grueso de los arboles, transporte de los materiales, periodos para realizar las actividades. Las relaciones entre empresas y administración, o no son fluidas, o están cortocircuitadas, las multas son una referencia en muchos casos, leyenda o realidad de los damnificados.

Hemos de superar la mala prensa entre los gestores del monte y los agricultores, ganaderos y las empresas forestales. No es entendible que tengamos multas que hacen inviable la solvencia de las empresas forestales en nuestros montes, que en Garafía, Barlovento y otros municipios, en los que el monte ahoga las zonas habitadas, tengamos enfrentamiento permanente entre administración y los que realizan la tan necesaria actividad forestal, hoy en entredicho. Hemos de mejorar las relaciones entre la administración y los afectados por los usos del monte. Los ayuntamientos se han de dotar de un equipo humano que vele por mejorar las relaciones entre ambas partes, que fomente una actividad básica en la necesaria mejora entre la explotación del monte, su conservación, la lucha contra los incendios, con la labor de prevención y toda una cultura de ocio y contemplación del monte (senderos, áreas recreativas o educación ambiental, etc.).

Los cuidados del monte nos corresponden a todos, no es buena la actual situación jerarquizada, muy burocratizada, en la que hemos distanciado los usos tradicionales de los administradores, con un gran número que nos separa y aleja. La gestión del monte y la lucha contra el fuego.

La cultura urbana dominante requiere muchos aliados para cuidar y defender nuestros montes con costes aceptables. No olvidemos que tenemos un 20% de superficie de las Islas como espacio forestal, que en La Palma es más de un 50%, es decir, más de 30.000 hectáreas. Hemos de mejorar las plantillas humanas y cuidar las relaciones entre administración y territorio. El actual sistema de sanciones debilita y empobrece la gestión del monte y la naturaleza. La rentabilidad social del monte es muy superior a la rentabilidad económica, pero ambas son importantes.

La buena gestión del monte la hemos de asociar con una economía ambiental que dignifique una agricultura más sostenible, más armónica con el medio. Se están dando pasos positivos en la alimentación local, con alimentos sin agroquímicos, incluso en el principal cultivo de exportación, con más de cuatro millones de kilos de plátanos ecológicos en La Palma.

La mejora de las relaciones entre administración y administrados está en nuestras manos, la gestión del monte con cultura de prevención demanda una mayor participación de los vecinos en la gestión de los montes. Las multas y las sanciones deben reducirse al mínimo, es necesario el dialogo, tendamos puentes, es compatible la gestión del monte y del medioambiente, las actividades forestales son básicas.

Demandamos una política tolerante con los usuarios del monte, los campesinos y los usos tradicionales, que son básicos para un futuro más sostenible. No olvidemos que la prevención es básica en la lucha contra el fuego, y ello requiere retirar combustible de los montes.