domingo, 28 de enero de 2018

Las restricciones de agua en la Isla están a la vuelta de la esquina

Wladimiro Rodríguez Brito, exconsejero insular de Medio Ambiente y Paisaje, doctor en Geografía y una de las voces más expertas en esta materia, apela a la cultura del ahorro.

Las últimas lluvias apenas han aliviado la sed de la Isla, especialmente en el Sur, donde la falta de agua no solo amenaza de ruina al campo, sino que la población de medianías y zonas altas, donde no llega la producción de las desaladoras, teme al fantasma de las restricciones, algo a lo que, por desgracia, ya están acostumbrados en Vilaflor, donde no sale una gota de los grifos por las noches desde el verano pasado. Ante este panorama, Wladimiro Rodríguez Brito, exconsejero insular de Medio Ambiente y Paisaje, doctor en Geografía y una de las voces más expertas en esta materia, apela a la cultura del ahorro y reprocha a los políticos que no hayan hecho la tarea, al no apostar decididamente por la depuración de aguas. “Pero eso no da votos y el político sabe que el ciudadano quiere farolas y fiestas”, afirma.

Ya nadie duda de que tenemos encima un problema muy serio.

“Hay un problema de limitación de recursos, pero, sobre todo, cultural. La isla de Tenerife pasó de producir 30 millones de metros cúbicos de agua en 1930 a 200 millones al año en la década de los 70 (6.000 litros por segundo). Se llegaron a perforar hasta 30 kilómetros al año de galerías y el acuífero lo acusaba. En estos momentos estamos con menos de 3.000 litros por segundo y nadie dice nada".

¿Por qué se ha llegado a esta situación?

“Por sobreexplotación y por la apuesta por un modelo económico".

Vilaflor es el municipio tinerfeño que más sufre los efectos de la falta de lluvias, con restricciones desde el pasado verano. ¿Qué medidas habría que adoptar para que el agua llegue a las zonas altas?

“Hay una galería, que es la de Niágara, de muy buena calidad, que está regando turistas en la costa, además de plátanos, cuando en esa zona esa labor la debe hacer la desaladora de Fonsalía. El agua de las partes altas debe destinarse principalmente a la agricultura. Ese es un debate que aún no hemos ganado. Llenar piscinas o regar césped no puede competir en precios con el agua para las papas, coles o lechugas. Eso no puede ser”.

Usted es un firme defensor de una mayor reutilización de las aguas depuradas. ¿Podría ser parte de la solución?

“Por supuesto. Las aguas depuradas, que ya superan los 200 millones de metros cúbicos al año, se deberían reutilizar en mayor medida. Cuando vas a Aranjuez, ves cómo riegan unas fresas que son un lujo, y eso se hace con agua con materia orgánica de los madrileños”.

¿Y aquí por qué no se hace con mayor determinación?

“En su día se dio un paso muy positivo con la instalación de la tubería negra, junto a la autopista, que va del área metropolitana a Las Galletas y que está en estos momentos al 100%. Tenerife fue pionera en la reutilización de aguas depuradas. Ahora, en cambio, estamos reutilizando menos del 30% de las aguas negras. El resto se está vertiendo al mar o al subsuelo, porque donde hay un volcán, hacemos un pozo negro”.

Las microalgas del verano parecen haber marcado un antes y un después a la hora de que las instituciones se pongan, por fin, manos a la obra en el tratamiento de aguas residuales.

“El alcantarillado y la depuración no dan votos. No tenemos cultura del agua ni somos conscientes del esfuerzo de quienes han construido las galerías. En Tenerife hay más de 1.000 con más de 1.600 kilómetros. Y los nietos de quienes las hicieron hoy no las gestionan porque sus abuelos se han muerto, pero también porque tras la desgracia de Piedra de Los Cochinos, donde murieron seis muchachos, nadie quiere ser responsable de una galería"

El problema es que hoy muchas de ellas están obstruidas y limpiarlas no debe ser una tarea fácil.

“Hemos hecho unas leyes, a las que yo me opuse en su día, que obligan a quien quiera limpiar una galería en la corona forestal de Tenerife, el mayor espacio protegido de más de 400 kilómetros cuadrados, a llevar los escombros a un vertedero autorizado. Nadie puede estar en la puerta de una gruta esperando que venga una vagoneta con escombros para meterlos en un camión y llevarlos a un vertedero autorizado. Se ha hecho un marco de leyes que no son para vivir en esta tierra. La depuración, la reutilización o intentar llegar a un acuerdo con los comuneros de la galería de Niágara para que en Vilaflor puedan beber y regar las papas es parte de una política económica agraria que no se está practicando”.

En la polémica Ley de Aguas a usted le acusaron de sovietizar el agua, pero el tiempo le ha dado la razón.

“Lo que decíamos es que había que racionalizarla y que no podíamos seguir haciendo agujeros para robarnos el agua unos a otros. Cuando sucedió eso, el acuífero de Tenerife bajaba de 8 a 10 metros al año. Se pensaba que era inagotable”.

Y ahora que está constatado científicamente que cada vez llueve menos, ¿qué medidas se deberían adoptar para lo que nos viene?

“Lo primero es cambiar la mentalidad. Yo tengo un debate en mi casa con mi hija cada vez que baña a los niños. El agua es un bien escaso aquí y en el mundo. Los consumos urbanos se han disparado y hay que empezar a hablar de la economía del agua. Necesitamos que la gente joven abra los ojos y se dé cuenta de que en esta isla, con un millón de habitantes, no se puede derrochar el agua como lo estamos haciendo. Hay que reutilizar mucho más”.

¿Teníamos tiempo atrás mayor conciencia que ahora?

“Totalmente. Antes había una economía del agua. Los chicos de Gran Canaria, Lanzarote Fuerteventura o El Hierro que venían a estudiar a La Laguna se sabía de qué isla eran por cómo abrían el grifo para lavarse los dientes. Esa cultura hoy está rota”.

Además de la falta de mentalización, el mal estado de las galerías y la baja reutilización, otro de los problemas graves está en las fugas, por el mal estado de las conducciones.

“Hay municipios en los que se pierde más del 60% del agua, con tuberías de uralita y galvanizadas que se enterraron hace muchos años y que se han ido pudriendo. Tenemos un grave problema que requiere una red de agua potable nueva. En Tenerife y Gran Canaria el consumo agrícola oscila entre el 30 y el 40%, mientras que el urbano supera el 60% y una parte no llega al grifo de casa, se pierde en red. Pero nadie quiere hablar de esto porque, insisto, no da votos. Una buena red de alcantarillado o de agua potable no es ningún gancho electoral. Los políticos saben que el ciudadano quiere farolas y fiestas”.

¿Tenemos que prepararnos para convivir en el futuro con restricciones de agua?

“Seguro. Eso está a la vuelta de la esquina. Las desaladoras son un espejismo porque es mentira que lo resuelvan todo. Es cierto que la tecnología ha mejorado mucho, de hecho estamos desalando con menos de tres kilovatios el metro cúbico y la ósmosis inversa ha sido un cambio revolucionario. Pero, cuidado, porque elevar agua a medianías significa emplear tanta energía como la que cuesta desalarla. Por tanto, beber agua desalada en las medianías de Canarias significaría seis kilovatios y eso son palabras mayores. Otra cosa es que empecemos a hablar de energías alternativas".

¿Entonces, por dónde pasa la solución para las medianías?

“Lo primero es que la zona de costa se autoabastezca con agua desalada. Si queremos seguir manteniendo una superficie regada en Canarias, que es básica porque produce alimentos frescos, crea paisaje y genera puestos de trabajo, hay que apostar por nuestros agricultores, que no pueden competir con el agua destinada al turismo y a los campos de golf. Eso es un disparate”.

¿Siendo un problema tan grave, por qué no parece estar en la agenda ni en las declaraciones de nuestros políticos?

“Yo estoy sorprendido del nivel de pobreza política que tenemos actualmente. No hay más que ver los debates en el Parlamento, donde no se habla de los verdaderos temas de Canarias. Todo lo contrario de lo que ocurre en el mundo agrario, donde existe un alto concepto de la solidaridad que se demuestra, por ejemplo, al cerrar las galerías cada vez que cae un aguacero para retener el agua y que no se pierda al mar. Ahora, en cambio, prima la cultura del yo pago y esto es mío”.

¿Qué obras serían, a su juicio, las más urgentes que habría que acometer?

“En primer lugar hay que crear condiciones para limpiar las galerías y propiciar comunidades de regantes, que en Tenerife no tenemos, o mixtas entre el Cabildo y los accionistas. En muchas de las galerías no se ha entrado en 30 años. Debemos volver a la cultura de nuestros queridos magos. Tenerife tiene hoy más población que Gran Canaria gracias a las galerías y los pozos”.

Y además de limpiar galerías, ¿qué otras obras se deberían impulsar?

“Todo el mundo dice que hay que construir presas y en eso solo no está la solución. Gran Canaria tiene más de 60 presas de más de 15 metros de altura y lo que se retiene no llega al 10% de su capacidad. Aquí el agua hay que buscarla donde está: en la depuración y reutilización. Esa es la mayor bolsa que nos queda en la Isla. Las galerías dan ahora cerca de 90 hectómetros cúbicos, estamos desalando otros 30, más el agua de los pozos… De los 170 millones de metros cúbicos de Tenerife habría que reutilizar más de la mitad. Y estamos reutilizando menos de 15 hectómetros cúbicos”.

O sea, que hacen falta más depuradoras…

“Sí, pero también red de alcantarillado y mentalización, porque aquí hay gente que no quiere comer fruta regada con aguas negras. Y eso es pura ignorancia”.

Hemos hablado del mal estado de las galerías, pero ¿en qué situación se encuentran los canales?

“Esa es una asignatura pendiente que debe ser prioritaria. Hay canales que tienen más de 70 años, que están a cielo abierto con agua para beber y con pérdidas muy significativas. Necesitaríamos una nueva red, unas autopistas del agua en esta Isla, y ese es un tema que no se ha resuelto”.

Escuchándole parece claro que la política hidrológica de la Isla en los últimos años deja bastante que desear. ¿Tan mal se han hecho las cosas?

“Se han hecho muchas cosas mal. Lo positivo es haber creado una cultura del esfuerzo, de las galerías, de los canales, de las sorribas y del agricultor, que ha sido jardinero en este territorio. Y hemos hecho mal en confundir progreso con urbanización y con derroche. No cabe decir que yo abro el grifo y pago el agua, como me dicen mis hijos. Esto no es un problema de coste económico. Hay cosas que no tienen precio, como el agua, que es un bien escaso".

viernes, 26 de enero de 2018

Venezuela, el estómago y los canarios (y III)

Sean estas líneas no solo de lo que ocurre en Venezuela, sino también de reflexión de lo que podemos hacer aquí, porque la Venezuela "saudí" sembró la actual situación, y aquí y ahora también vivimos en una sociedad cargada de espejismos, de nuevos ricos que olvidan y marginan el mundo rural.

También tenemos un mundo "saudí", el de los dieciséis millones de turistas que convive, al mismo tiempo, con paro, pobreza, tierras balutas e importaciones masivas de alimentos que podemos producir aquí.

Veamos algunos aspectos: la carne con papas en Venezuela y las arepas en Canarias son parte de los vasos comunicantes de nuestros emigrantes. Los cultivos de papas en Venezuela, fuera de la zona andina, han estado vinculados con canarios, incorporando el consumo de papas a la Venezuela urbana, ya que, con anterioridad a los canarios, las papas eran un cultivo andino, con más de siete mil años de antigüedad en estas montañas. Los canarios, sin embargo, están familiarizados con este cultivo desde el Norte de Lanzarote hasta Nizdafe (El Hierro), en muchos casos con variedades andinas que se cultivan desde hace más de cuatro siglos.

Papas de carne amarilla.- Los canarios mejoran los cultivos, que habían sido mayoritariamente de secano, con semilla local o colombiana. Potencian los cultivos en cotas más bajas hasta los 300 metros, con semillas importadas, principalmente de Canadá, de carne blanca, con cultivos mayoritariamente de regadío, con mecanización y fertilización.

Gran parte del abastecimiento de papas está en manos de los canarios, que importan unos 600.000 sacos de 50 kilos de semillas, y generan una producción que supera los 300 millones de kilos. Según Simón Ortega, un 80 % lo cultivan los canarios y el otro 20 % los venezolanos.

Los isleños establecen medidas para mejorar la producción, consiguen del gobierno precios mínimos para los agricultores y un sistema de cupos a la importación de semilla; esto, unido a la construcción de instalaciones de almacenaje, como un elemento básico en la dieta del venezolano. Aunque también hubo cortocircuitos de cosecha propia, lo que llaman "rosca" en Venezuela y en Europa "grupo de presión" ("lobby"), sobre todo en los mercados, en el de Barquisimeto y en otros.

Actualmente, no importan la semilla del Canadá, y la producción queda reducida a la semilla local, además de que no hay insumos básicos para obtener cosecha. Por otra parte, la fijación de precios mínimos a los agricultores por parte de la administración, estando su valor por debajo de los costes de producción, hace que la cosecha haya caído más de un 50 %, según Fedeagro (Asociación de Agricultores de Venezuela), pasando de algo más de veinte kilos por persona al año, a la Venezuela de las colas y el hambre.

En Canarias también hemos perdido gran parte del autoabastecimiento. Incluso la exportación hasta el año 1977, cuando cultivábamos quince mil hectáreas. Hoy no cultivamos ni cinco mil, importando gran parte de nuestras demandas, mientras tengamos euros. Y al mismo tiempo, nuestros campos están cubiertos de maleza. Según COAG, en estos últimos años las importaciones agrarias triplicaron las exportaciones.

"Sembremos turismo", garanticemos precios mínimos a los agricultores y hagamos inversiones en el sector primario, acuerdos con los distribuidores, con el turismo (como "Crecer Juntos"), dignificando el sector agrario.

Lamentamos que el gobierno de Venezuela no esté mirando para el campo para producir alimentos, garantizando precios que cubran los costes de producción a los agricultores, insumos que cubran el mantenimiento de tal actividad, y seguridad en el mundo rural, tanto en el plano jurídico como el policial. Lo que propone como prioridad el señor Maduro es la criptodivisa, el "petro", poniendo como aval la franja del Orinoco?, mientras, los campos de cultivo los cubre la maleza, y los venezolanos hacen colas por productos básicos que se pueden cultivar en las tierras fértiles de un país que podría alimentar más de cien millones de habitantes. La alimentación de los venezolanos no es un problema difícil si se crean condiciones en el campo; como bien planteaba Arturo Uslar Pietri, "sembrar el petróleo". Los isleños cubrieron una etapa, ahora todos son venezolanos. Toca un nuevo periodo dignificando el trabajo, el esfuerzo, olvidándose de una cultura rentista: "Me tocan todos los días varios miles de litros de petróleo, nacimos para disfrutar, el trabajo no nos corresponde, etc.". Vamos para el Orinoco con el "petro", no hacemos un surco para cultivar yuca y el cazabe está racionado.

Hay alternativas, miremos también para el campo. No sigamos mirando para los bienes de la naturaleza para especular, olvidando que los estómagos demandan productos que dan la tierra y el trabajo de los campesinos. Con el "petro" y lo virtual no atendemos al estómago.

viernes, 12 de enero de 2018

Venezuela, el estómago y los canarios (II)

Tras la guerra civil, numerosos canarios entran en Venezuela. Es una emigración económica y política (Rómulo Gallegos y Pérez Jiménez). Estos emigrantes buscan tierras cultivables, sobre todo tierras con agua en torno a la cuenca de los ríos. Con posterioridad, cuando tenían problemas en la estación húmeda, se interesan por suelo en las zonas áridas para cultivar hortalizas, desplazándose a la Venezuela seca (Quíbor, Coro)

En la década de los 60, numerosos canarios rompen con la historia de espaldas dobladas sobre el surco. El petróleo y la falta de interés por el campo de la clase media venezolana hacen que muchos isleños se suban al tractor, a la cosechadora, a la agroquímica y la mejora de las semillas, incorporándolos a la política agraria de la Venezuela petrolera, por su capacidad de trabajo y disciplina para mejorar las semillas.

En estos años, Rómulo Betancourt -hijo de canarios- hace una reforma agraria influenciado por las hechas en Méjico y Cuba. La tierra deja de ser una barrera para muchos canarios, portugueses, italianos y otros. Los venezolanos se quedan en el conuco o migran a las ciudades, ante la expansión de la Venezuela "saudí". Rómulo crea en Irak la Opep en el año 1960 junto a cinco países más, y Venezuela se sitúa entre los mayores productores de petróleo del mundo.

El petróleo no se come.- Los canarios se incorporan, con técnicos de la administración venezolana, a las mejoras del agro (herbicidas, equipos de riego, mejoras en la producción de alimentos, etc.). Muchos isleños destacan en el campo de las semillas: legumbres, sorgo, arroz, etc., creándose numerosas empresas en este ámbito: Elio Pérez Ortega (Semillas Aragua), Alquimiro Marante (Flor de Aragua), Haroldo Pino (Prosevenca). Agroisleña pone en marcha Semillas Híbridas de Venezuela (Sehiveca). También se incorporan otras semillas por italo-venezolanos con menor implantación. Se crean infraestructuras para el agro en semillas, abonos, equipos de riego, silos para el grano, como ocurre con Bermúdez Agrolanzarote en Acarigua.

La Venezuela de las arepas y los frijoles la abastecen los isleños, mientras que las pastas y el maíz amarillo para pienso quedan fuera de su influencia.

Los canarios están vinculados con la Universidad y la Agronomía en Venezuela, como es el caso de Santiago Clavijo, decano de la Universidad Central de Venezuela, doctor por la Universidad de California, que es hijo de un represaliado político de Tenerife. O también Simón Ortega, agricultor y universitario, vinculado a la semilla de papas y su mejora, becado en Canadá, país del que se importaba gran parte de la semilla. Y otros muchos isleños que se incorporaron en el campo de la mejora agroganadera, y también en la capitalización y modernización del agro en Venezuela.

El campo venezolano fue de los más dinámicos de América Latina, sólo faltó la soja.

Petróleo y espejismo.- El chavismo asocia la revolución bolivariana a los precios del petróleo y olvida el campo y, lo que es peor, lo degrada. La expropiación de la mayor empresa agraria del país (Agroisleña) en 2011 significó el mayor golpe que se le ha dado a la agricultura venezolana. Una empresa de origen canario, con implantación en todo el país, es absorbida por un Estado que marca políticamente los precios, por debajo de los costes de producción, y propiciando la deserción de los campesinos y de la agricultura tal y como era hasta entonces. Y, lo que es peor, no la sustituye por profesionales y una empresa con capitalización, sino que lo hace con petróleo a 120 dólares el barril, importando todo. Venezuela fue el mayor importador de leche en polvo del mundo; ahora no hay ni leche ni vacas.

Lamentamos el anonimato del Gobierno de España con relación a esta expropiación. Madrid no dice nada, pues son numerosas -y más importantes parece- las empresas españolas en Venezuela que el chavismo de momento respeta.

La Venezuela del "fracking" (2014, petróleo a 25 dólares el barril) deja los estómagos vacíos y, lo que es peor, sin voluntad de hacer surcos por los responsables políticos. Los venezolanos quedan huérfanos no solo de agricultores que siembren.

La agricultura y los agricultores no se pueden improvisar. La Venezuela de los isleños de antaño ha terminado, no tenemos campesinos en las Islas para exportar, pero tampoco tienen un campo que implique solidaridad y compromiso con los que hacen los surcos.

No creemos en un país sin campesinos; no sembraron el petróleo, y han cosechado hambre. Otra Venezuela es posible en una solidaridad entre campo y ciudad, en una Venezuela solidaria con el trabajo y sus gentes.

En Canarias debemos aprender del caso de Venezuela; sembremos el turismo y cosecharemos un futuro, ya que, como bien dice José Mújica, expresidente de Uruguay, "con el estómago vacío no se puede hacer revolución".

domingo, 7 de enero de 2018

Venezuela, el estómago y los canarios (I)

Cuesta entender lo que ocurre en Venezuela, país con buenos suelos y agua, semidespoblado, con carencias en alimentos básicos. Hoy, un kilo de frijoles negros, proteínas de los pobres, cuesta 90.000 bolívares, mientras que el salario básico es de 10.000 bolívares. El salario mínimo lo han subido siete veces durante 2017, con una inflación de más del 2.500 %.

Los alimentos escasean, con precios prohibitivos; mientras, el gobierno establece unos comités locales de alimentación y producción socialista, pero ni así están al alcance de los que tienen el carné de la patria. Venezuela tiene hoy más de 33 millones de habitantes, de los cuales viven en ciudades unos 25 millones; en la Venezuela prepetrolera no se superaban los 6 millones.

Para repartir hay que producir, tema olvidado por gran parte de los políticos venezolanos ahora y antes. Decía allí el intelectual Arturo Uslar Pietri (1906-2001) "sembrar el petróleo", que en Venezuela no se han producido alimentos, ya que el campo venezolano ha estado marginado con una cultura agraria refugiada en la parte larense y andina, en lo que resta de cultivos itinerantes en rozas, como actividad complementaria a la pesca y a la caza.

En la década de los años 50 del pasado siglo se produce una masiva entrada de inmigrantes: españoles, italianos y portugueses. Destacaron en el campo los canarios como grandes productores de alimentos para las zonas urbanas en crecimiento. Los canarios no solo producían alimentos, sino que también participaron en su distribución (Quinta, Crespo y Coche estuvieron gestionadas por canarios y portugueses). Los campesinos isleños crearon infraestructuras en el campo para cultivar papas, tomates, cebollas o tabaco, pero también para cultivos desconocidos en las Islas, como arroz, sorgo y yuca.

Los isleños y el resto del sector agrícola y ganadero siguieron trabajando e invirtiendo, mejorando la mecanización y la agricultura intensiva que autoabastecía el país, a excepción de algunos productos como el trigo o la leche. La "Venezuela Saudí" exportaba petróleo en algo más de 2 millones de barriles diarios, mientras apenas demandaba alimentos del exterior.

Hemos de tener presente que el 96% de las exportaciones dependen del petróleo, que con su bajada de precio pasó de valer 70.000 millones de dólares en 2011 a 20.000 millones en 2016. Por otra parte, la petrolera estatal, PDVSA, pierde competitividad y baja la producción total; mientras la gasolina se vende allí a 6 bolívares el litro, un huevo cuesta 30.

Sin embargo, la expansión urbana y los petrodólares permitieron que los políticos del país se olvidaran del medio rural, ya que la importación de alimentos era extremadamente fácil. Los teóricos de la revolución chavista han aplicado unas teorías que no funcionan. El campo venezolano ha perdido la iniciativa privada y el empuje de los emigrantes que lo pusieron en marcha. Las nuevas generaciones no están dispuestas a seguir las pautas de unos burócratas urbanos que establecen precios políticos para alimentar a las ciudades. Son burócratas que ponen en duda la propiedad de las tierras y meten presión política al sector agrario, en muchos casos a canarios que soportan el secuestro exprés y el aumento de la delincuencia. La gestión de la producción agrícola se está desmoronando, agravándose la situación por la escasez de insumos, a la vez que los precios de los productos de primera necesidad se disparan.

Hoy un kilo de azúcar cuesta más de 180.000 bolívares, la carne está a 220.000 bolívares el kilo, los plátanos a 6.000 bolívares por kilo, las cebollas a 130.000 o el arroz a 140.000 bolívares el kilo, y la leche en polvo a 1.000.000 de bolívares el kilo. Mientras un neumático para un camión cuesta 10.000.000 de bolívares, la gasolina está más barata que el agua, a 6 bolívares el litro. La moneda venezolana se devalúa dos o tres veces al día.

Venezuela ha pasado de autoabastecerse en carne de res, cerdo, pollo, café, arroz y maíz, llegando a exportar, y de casi lograrlo con la carne (con la que cubría un 80% del mercado interior en 2011), al debate del pernil de estas navidades. No sembraron el petróleo, y ahora se plantean la distribución de carne portuguesa y colombiana sin pagarla.