sábado, 25 de febrero de 2017

Campesinos y campo en Canarias (y II)

Muchas veces, cuando pensamos en quién gestiona y mantiene nuestro medio rural, nos acordamos solo del personal que las administraciones tienen destinado a esta área; a veces reparamos también en los trabajadores de la agricultura y ganadería, que son también parte importante del mantenimiento de nuestro medio y paisaje. Pero casi nunca caemos en que tenemos un amplio colectivo que no está dado de alta como agricultores, que muchas veces ni siquiera vive allí, pero que es fundamental en la gestión de nuestro campo.

Hay una importante parte de nuestra población que va a nuestros pueblos en su tiempo libre, lo que se viene a llamar agricultores de fin de semana. Son personas que realizan una importante labor de cuidadores del medio rural y que son clave en la producción local de cultivos como papas, vid, hortalizas, frutales e incluso ganadería, y que tienen también una influencia destacable en los cultivos de exportación como plátanos, aguacates, flores, etcétera. Si bien estos cultivos les generan unas rentas complementarias, en la mayoría de los casos se acercan al campo por motivos personales y culturales.

Si pensamos en la evolución de la población canaria, esta se concentra cada vez más. No solamente en las grandes capitales, sino en centros administrativos como Arucas y Telde, El Sauzal y el Valle de Güímar, así como los enclaves turísticos del sur de Tenerife y Gran Canaria, y en menor media los focos del Valle de La Orotava y Gáldar Guía. Si bien en las dos islas más orientales la dispersión de los núcleos turísticos difumina esta tendencia, en las otra cinco se ha producido un despoblamiento en casi treinta municipios, de tal forma que en los últimos veinte años han perdido población dos municipios en El Hierro, siete en La Palma, dos de La Gomera, cinco en Tenerife y seis en Gran Canaria.

Pero los problemas en nuestros pueblos son mucho más que una fría estadística. Se sufre un progresivo desmantelamiento de su sociedad, con la pérdida de su patrimonio, historia y cultura. Desaparecen bancales y caminos, establos, bodegas y casas enteras, estanques y atarjeas, pero también desaparecen sin remedio el conocimiento y el cariño por un territorio, las raíces y los valores de la tierra; son muchos los elementos de identidad históricos que se pierden, sin que sea posible recuperarlos ni mucho menos contabilizarlos en el PIB o en el déficit público.

Otro aspecto destacable de la despoblación de nuestros pueblos es la cantidad de recursos que dejamos ociosos. No solo hablamos de tierras de cultivo cubiertas de maleza, sino de caudales de agua potable sin gestión, como en La Gomera y La Palma. Todo ello mientras se registran en Hermigua quince agricultores dados de alta en la seguridad social, cuatro en Agulo, cinco en Artenara, cuarenta en Fuencaliente, mientras los campos de vid están llenos de matojos donde propagarse los fuegos en verano hasta la orilla del mar.

Necesitamos otra estrategia ante los problemas sociales en Canarias, replantearnos como queremos dar salida a nuestra población desocupada con los recursos disponibles. Nuestro modelo de sociedad de consumo, basada en los servicios y los grandes núcleos urbanos, presenta problemas de desarraigo, sostenibilidad y gestión ambiental. Necesitamos cambiar también nuestra normativa y sistema administrativo. Administraciones como hacienda, inspección de trabajo, agencias ambientales, han de entender que el apoyo entre vecinos como el trocapeón o la gallofa, la venta de un saco de papas o un garrafón de vino nos es fraude, o que el arreglo de un gallinero, levantar una pared o limpiar de matojos una parcela no son atentados ambientales.

Necesitamos que la nueva ley del suelo contribuya de verdad a un cambio en nuestros campos. Pero necesitamos también un cambio en la visión que todos hacemos de nuestros pueblos. Ciudad y campo no son enemigos, deben ser complementarios y aliados en un futuro sostenible para nuestra gente y nuestras islas.

sábado, 11 de febrero de 2017

Campesinos y campo en Canarias (I)

Un análisis de la distribución de la población activa de las Islas en función de su distribución en el territorio nos da una clara visión de nuestra sociedad y nuestra economía; más aún si ademas tenemos en cuenta el volumen de las actividades económicas del sector primario. Según las frías estadísticas, el número de personas dadas de alta en la seguridad social como agricultores es de 566 en Lanzarote, 778 en Fuerteventura, Gran Canaria con 8.151 y Tenerife con 8.787, 1.979 en La Palma, 153 en La Gomera y finalmente El Hierro con 108. La suma total es de 20.583 según los datos del último trimestre de 2016. Esto quiere decir que de las algo más de 700.000 personas declaradas en activo, los gestores del medio rural no alcanzan ni un triste 3%, por no pensar en la edad media de ese exiguo grupo.

Es evidente la falta de trabajadores en nuestros campos, pero aún más grave es que el déficit continúa, y que durante esta larga crisis no se ha aumentado la superficie de cultivo. Hacia nuestro campo no mira nadie, y se sigue agravando el éxodo rural, como se pone de manifiesto en nuestros pueblos de las islas occidentales. La Palma es la isla que más sufre esta despoblación, a pesar de contar con el 15% del agua dulce de las Islas para el 3% de la población total, aunque aún mantiene el 9% de los campesinos canarios. Se repite el abandono de nuestros pueblos en otros puntos de nuestra geografía, como las medianías del noroeste de Tenerife, Agache, Abona o el interior de Tamarán. Aparentemente solo se salvan Lanzarote y Fuerteventura, islas donde la actividad turística está más distribuida, animando, por ejemplo, las poblaciones entre Haría y Pájara-Morro Jable.

Aumentan las tierras ociosas y los pueblos se vacían, concentrándose nuestra gente cada vez más en grandes nucleos urbanos. A la par desarraigamos a nuestros niños y jóvenes, los separamos de su entorno en una cultura cada vez más globalizada y a la vez más somera y vacua, en la que mayores problemas de integración y una evidente falta de alternativas.

Es curioso, sin embargo, que en la comunidad más afectada por el paro junto con Andalucía, más de un 10% de la población activa sea de origen extranjero, fenómeno igualmente implantado en el sector primario. Nuestros jóvenes no se sienten motivados por el trabajo del campo. La agricultura y la ganadería son sectores de segunda categoría en una sociedad que asume un falso ecologísmo que quiere naturaleza sin gastar en gestión, campo sin campesinos y paisajes para el "selfie" sin intervención humana.

Si revisamos los datos en cada pueblo, desde Garafía y Barlovento pasando por Hermigua hasta El Tanque o Buenavista, se pone de manifiesto que la recuperación del campo pasa por una sociedad que busca alternativas ante el espejismo de la cultura "urbanita". Estamos dominados por la influencia del turismo de masas, las importaciones de alimentos de bajo precio y baja calidad, así como una política vacilante en nuestro campo, tanto al nivel nacional como autonómico y local.

Necesitamos otra política agraria que proteja de verdad el campo y los campesinos. Debemos establecer mecanismos de vigilancia y control de los precios de nuestra producción agrícola. Debemos tambien desarrollar legislación que anime a recuperar superficies de cultivo y la entrada de jóvenes en el sector primario. Es muy preocupante que en Garafía haya solamente 30 trabajadores del agro, o en toda La Gomera apenas 150.

Es una bofetada al sentido común que, mientras batimos récords en número de parados, tambien lo hagamos en tierras baldías. Nuestras administraciones deben virar de rumbo: necesitamos un apoyo institucional, legislativo, técnico y económico, para que nuestros parados puedan aprovechar tantos recursos desaprovechados.

Los medios públicos deben literalmente enseñar a pescar en vez de dar pescado, generar actividad económica en vez de caridad: lo social no puede estar separado de recompensar el esfuerzo. Nuestro campo, la gestión de nuestra naturaleza y la creación de puestos de trabajos deben ser nuestra meta.

miércoles, 1 de febrero de 2017

Canarias: escuela, campo y trabajo (II)

La ruptura del sistema educativo-formativo con el campo es reciente. La globalización, los modelos urbanos, las importaciones de alimentos, sin consideración con las producciones locales, la devaluación de lo pequeño, lo local, lo nuestro..., han motivado la separación de la escuela y el territorio, apostándose por sistemas educativos importados, bien del ministerio, bien de las burocracias locales, que favorecen modelos alejados del medio rural, y en el que este se identifica como sinónimo del pasado, de la pobreza, de un mundo que se presume de atraso e ignorancia, etc.

La supuesta protección al menor conlleva la separación de los niños del campo y la familia en todo tipo de labores. La urbanización de la sociedad, con el espejismo de una sociedad de servicios, en la que la labor del mundo rural es algo del pasado..., alimentos de importación con bajos costes, bien porque sean de excedentes, bien en sistema "dumping", aquí y ahora el campo está devaluado.

No podemos ni tan siquiera vendimiar con participación de abuelos y nietos, ya que es "fraude" según los inspectores. Así, encontramos a pensionistas vendimiando por la noche con linternas huyendo de aquellos..., los maestros de la tierra escondiéndose y los jóvenes buscando "pokémons". A la devaluación de la cultura rural hemos de añadir la sequía, el viento, las importaciones de productos sin consideración, etc.

En dicho marco social, los padres no orientan a sus hijos hacia el campo y lo rural, cegados por el espejismo de supuestas alternativas, alejadas de un mundo rural básico. Incomprensible cuando quedan por potenciar tantos recursos que ahora están ociosos (agua, suelo cultivable), y cuando la actividad agraria es protagonista en múltiples tareas, como son el cuidado del medioambiente, dar equilibrio entre campos labrados y zonas boscosas, la retirada de combustibles de los montes como abono, o evitando incendios, etc.

Los responsables políticos educativos han de cambiar aspectos básicos para que otro campo sea posible.

El trabajo que ha realizado Pedro Molina con la ganadería, y en particular con el arrastre, defendiendo la vaca del país. Lo que se ha conseguido con la cabra y el queso en las Islas, las importantes mejoras en nuestros vinos con enología o la revalorización de las papas de color son logros positivos que deben orientarnos. Los huertos escolares, experiencias como la del CEO Manuel de Falla, en La Orotava, sobre el mundo rural y los niños, o el centro creado en el barrio de San José, en San Juan de la Rambla, o el papel de "La Escuela Navega" de acercar a los niños y los maestros al territorio que pisamos. Tenemos otras lecturas positivas, bancos de tierras para jóvenes que quieran incorporarse al campo, Ley del Suelo que facilite la incorporación de jóvenes, vincular las agencias de extensión agraria al sistema educativo-formativo.

Hemos de hacer un esfuerzo político-educativo sobre campo y sostenibilidad en Canarias que corrija la situación actual, en la que tenemos un número similar de chicos en estética y peluquería a los que hay formándose en agricultura y ganadería, y qué decir de turismo, con cifras similares. La lucha para lograr que tengamos población en los municipios rurales, para que tengamos relevo generacional en el campo y menor dependencia del exterior, depende de un giro hacia la cultura y la formación con nuestro campo y nuestra naturaleza.

Como bien dice el premio nobel Joseph Stiglitz, la globalización aumenta las desigualdades. El actual modelo aleja a los jóvenes del entorno, genera hombres y mujeres para la dura medicina de la emigración, como ocurre en nuestro campo. No nos preparamos para el surco pero tampoco para la hostelería.

En Canarias hay actualmente menos de 3.000 jóvenes en formación profesional de agricultura y ganadería, hemos dejado de inculcar la cultura del campo a nuestros hijos. No tenemos en cuenta que el relevo generacional puede llevar a una menor dependencia de fuera, poniendo políticas que fomenten la economía local. Eso solo es posible cultivando nuestros campos.

A su vez, hemos estigmatizado a nuestros mayores rurales, dándolos por ignorantes y olvidando que son los transmisores del saber y del hacer agrícola y ganadero. Esto ha causado el abandono de las tierras y el empobrecimiento del campo, dándose la contradicción de que haya necesidad de bancos de alimentos en el medio rural mientras las tierras están baldías. ¿Cómo es posible que se requiera de estos bancos cuando otros, como son los bancos de tierras, fracasan de manera terrible?