jueves, 29 de marzo de 2018

La Laguna y los surcos (II)

Cada día estamos más convencidos, la crisis agraria en Canarias tiene las connotaciones culturales de un pueblo que ha crecido en el espejismo de la modernidad, en la que se asocia agricultura a miseria, a atraso, al pasado. Ahora lo que asociamos con mejora del campo son las máquinas, modificar semillas, química, robótica, PlayStation, etc.

Esta crisis también tiene un importante origen económico, pues ahora lo que manda son los márgenes comerciales en el mundo de la distribución de alimentos, propiciando la pérdida de los pequeños distribuidores, primando la gran superficie y concentrando la distribución en pocas manos. Esto, unido al dinero fácil, la construcción, los sueños de vender el suelo para urbanizar, ha desembocado en el fracaso de las cooperativas y las entidades locales (Tenflor, Cooperativa Cosecheros de Tejina), la crisis de varias empresas familiares en la zona, y la caída del mercado exterior de flores y plantas ornamentales, que antaño fueron motor económico de la zona.

La cultura de señoritos en la que se han criado nuestros hijos, "el que sirve, sirve, y el que no pal campo", ha dado lugar a una erosión sin precedentes en la historia de La Laguna, pasando de 4.200 ha cultivadas en 1984 a las 1.800 ha en el año 2016.

Ruptura con el ayer sin que veamos garantía, freno del deterioro de los últimos años. Tenemos pequeñas luces que parece que alumbran el final del túnel. La incorporación de jóvenes en el sector primario tiene que ser una prioridad, así como el nuevo marco de leyes que facilitan la actividad ganadera, la mejora en instalaciones complementarias, bodegas, establos, invernaderos, agua, etc.

La potenciación de empresas que marcan pautas con cultivos que son una referencia, como el caso de la papaya. Un cambio de mentalidad que demanda productos de la tierra, tanto en el plano ganadero, como en el vino, hortalizas, gofio, queso. La siembra que ha dejado Pedro Molina en la defensa de una identidad, de una referencia, en la que el campo no es sinónimo del pasado y la marginación. Ese es el espíritu en el que vamos a celebrar próximamente unas jornadas, que aquí y ahora quieren sembrar ilusión, compromiso con un pasado como camino de futuro, ya que tanto en el plano local como en el contexto internacional, tenemos que mirar para el futuro, entendiendo que no tratamos de un tema de nostalgia con tintes románticos, de contemplación, con cultura museística, de una retahíla de acontecimientos, de un pasado de miseria y atraso, de sorribas, construcción de pozos, canales de agua.

Trabajo y miseria de una sociedad pobre y áspera, de un pueblo sin rumbo, en la que el sacho o la mandarria eran la única alternativa a la emigración a Venezuela. Ahora, los acontecimientos recientes de ese país ponen de manifiesto que el estómago no digiere billetes devaluados. Es necesario leer con máxima atención la contradicción que existe entre la riqueza de recursos de Venezuela y la situación de sufrimiento de su pueblo.

La Laguna tiene más de 500 años de historia en su actividad agroganadera, y casi 100 años de cultivo de regadío en la costa, ya que en los años 30 del s. XX fue el segundo municipio tomatero de la Isla, después de Güímar, y, con anterioridad, tuvo otras zonas de regadío en torno a los barrancos de Las Tapias y el Río. Estamos ante uno de los paisajes agrarios más productivos de Tenerife y de Canarias, desde El Ortigal hasta Los Batanes, desde Las Carboneras hasta Punta del Hidalgo.

La principal carencia es humana. En Tenerife, como en Canarias, tendremos que plantearnos como asignatura pendiente la dignificación del campo. Uno de los puntos importantes es el relevo generacional, hemos de plantear que el actual sistema de reparto de herencias hace inviable sacar adelante explotaciones, asignando surcos a los hijos, en muchos casos haciendo que se abandone la actividad agraria, descapitalizado el medio rural. Las administraciones deben plantear medidas que refuercen la viabilidad de las explotaciones, bien sea el sistema catalán de herencia al hijo mayor, o por otra vía. Recordemos las 500 ha de plátanos que hemos perdido en La Laguna en cuarenta años, que eran las más divididas de Tenerife en los años ochenta, ya que la media por agricultor estaba en 15.000 kg, mientras Guía de Isora superaba los 75.000 kg.

En Canarias, el actual sistema de herencia obliga a repartir entre los herederos, de tal forma que incluso parte de una higuera debe ser dividida; incluso en La Gomera hay palmeras pertenecientes a varios familiares, o unos surcos de papas, o las pencas de los dragos de La Tosca en Barlovento, que están repartidas entre varios herederos.

La dignificación del campo, aquí y ahora, en La Laguna y otros puntos del Archipiélago, nos obliga a mirar hacia dentro, porque tenemos que cambiar muchas cosas para crear estímulos sociales y económicos. Nuestro campo, como algo básico y elemental en una sociedad más equilibrada en los planos social y ambiental.

En los encuentros del próximo mayo hemos de tratar muchos temas que siembren compromiso e ilusión con el futuro de nuestra tierra. Hemos de poner los cimientos de una sociedad más viable, y no son sólo económicos, son también de dignificación del mundo rural.

viernes, 23 de marzo de 2018

La Laguna y los surcos (I)

Hace poco he leído el mapa de cultivos de Canarias y La Laguna es el municipio con más surcos. En una lectura del paisaje y el paisanaje, se pone de manifiesto que los problemas del campo canario son complejos, no son solo aislamiento, sequía, topografía del problemática mecanización, etc.

Cuesta entender lo que ocurre en el mayor municipio agrario de Canarias, con casi dos mil hectáreas cultivadas, con diversidad de cultivos, y en el que se mantienen más de 200 ha de cereal, siendo también una referencia en cultivo de plantas tropicales, con más de 50 ha de papayas en invernaderos, además de un enorme peso histórico en flores y plantas ornamentales. Lo que debiera ser el Wageningen canario (WUR), la entidad investigadora agrícola más importante del mundo, en nuestro caso se convierte en alejamiento entre agricultura y campo de la investigación, en un agro que no contamina a la universidad. Aquí y ahora encontramos hechos de difícil lectura, como es la desvinculación entre el campo y los ciudadanos, entre campo y trabajo. En Holanda, en cambio, la agricultura es importante tanto en el plano económico como en el social, de tal manera que es el segundo país exportador de alimentos del mundo, tras EE UU, a pesar de tener únicamente unos 40.000 Km2. Desde esta perspectiva, La Laguna tiene una difícil lectura, siendo difícil de entender que tengamos más de 1.000 ha en las que hacíamos surcos hace unos años y ahora las situamos como tierras balutas. No estamos hablando de los Machupichu de Lepe o del barranco de los Tilos, estamos mirando para suelos relativamente llanos, en torno al casco lagunero, o incluso zonas de regadío en la zona de Valle de Guerra-La Punta. Como bien planteaba el querido amigo Pedro Molina, los mejores defensores del suelo agrícola son los que hacen surcos; por ello, creemos que cada día es más importante acercar el campo a la escuela, en una relación directa entre agro y cultura, que contamine, como diría Pedro Guerra, nuestros jóvenes con el campo.

Veamos el caso concreto de los plátanos. La Laguna ha pasado de cultivar el 13% de los plátanos de Tenerife en el año 1977, a situarse en un pírrico 5,5% en el año 2016. Téngase presente que no hay problemas de agua, tanto en cantidad como en calidad; es más, ahora se ha realizado una obra importante para mejorar los sistemas de riego, con la depuradora. Tampoco se ha producido un exceso de urbanización, como en el Valle de La Orotava, mientras que la expansión en otros cultivos, caso de la papaya, ha sido de manera limitada.

La pérdida de superficie cultivada parece más motivada por razones familiares y de relevo generacional, así como otros problemas sociales que tendremos que abordar. Es necesario un compromiso con la tierra y el trabajo, una ley de arrendamientos que dé garantías, mostrar interés colectivo sobre los suelos sin cultivos, pues hoy lo que podemos contemplar es un paisaje ruiniforme de invernaderos. Es necesario valorar el campo y la tierra como elemento productivo, con compromiso social máximo en una sociedad deficitaria en alimentos con miles de parados.

El suelo agrario y los cultivos han de jugar un papel en la defensa del suelo y la estabilidad social. Las tierras balutas y el paro son incompatibles en unas islas en las que somos deficitarios en gran parte de lo que demanda el estómago. Por ello, las jornadas sobre el agro en La Laguna, sobre lo nuestro, lo de aquí, son oportunas. Demandamos también cursos acelerados en los centros educativo-formativos, que acerquen el campo al mundo urbano, en la que las organizaciones, preocupadas por los temas sociales, entiendan también la máxima de Confucio: "no le regales el pescado, enséñale a pescar". Tenemos la obligación de mirar para el campo con otros ojos, de compromiso, con el hoy y el mañana. La superficie sin campesinos en el agro lagunero es una lección de la separación que tenemos entre nuestros jóvenes y el uso de los recursos en esta tierra.

Tenemos que mirar con más cariño y respeto las empresas que funcionan, que mantienen los surcos sin malas hierbas, sembrando esfuerzo e ilusiones en el agro.

El cuadro de la superficie labrada en La Laguna debe ser una referencia de dignificación y orgullo de un colectivo que siembra ilusión y compromiso en la que el campo no es cosa de unos marginados como restos de un pasado sin rumbo. Todo lo contrario, el campo es sinónimo de compromiso con el presente y el futuro. Los mapas de cultivo de los próximos años tendrán, con toda seguridad, más surcos, en una sociedad más solidaria, y ambientalmente más comprometida.

Estas jornadas deben ser de dignificación y encuentro con los jóvenes que no tienen alergia al sacho, pero también de reconocimiento con los que continúan escabándolo.

Hagamos un pacto social con la tierra y los campesinos también en la manera de alimentarnos.

viernes, 16 de marzo de 2018

Trump, los tornillos y los alimentos

Las últimas declaraciones del mandatario de EEUU, sobre el comercio mundial y el interés de los yanquis en el mismo, deben hacernos reflexionar, ya que hemos sufrido a lo largo de más de 100 años las pautas del desarme arancelario, marcadas por los intereses económicos de los lobbys americanos, que han trazado las pautas en pequeñas economías, en los lugares más alejados del planeta.

Los canarios hemos sufrido nuestra parte, viendo como la caída de los aranceles al banano ha creado una situación problemática para los agricultores isleños, ya que las multinacionales han aplicado sus normas y sus intereses de "fuera barreras arancelarias".

Nos han dicho que la globalización era la línea a seguir y, en consecuencia, han entrado en las Islas gran parte de nuestros alimentos con arancel cero, tanto desde la UE como de terceros países, como ocurre con más de 40.000 Tm de carne importada, que "siembran" penuria y miseria para nuestros ganaderos.

La propuesta por parte del presidente Trump debe hacernos reflexionar, ya que es un giro en más de 100 años de historia económica, pero, sobre todo, por tratarse de productos clave en el comercio mundial, el acero y el aluminio. Estos son referencia tanto en tecnología como en poder hegemónico.

Valga como referencia la comparativa entre los años 1964 y 2016 de las producciones de metal de EE UU y China:

              1964 -           2016

EE UU     115 mill. Tm   178 mill. Tm

China        20 mill. Tm   808 mill. Tm

Si hacemos una valoración de la producción de automóviles, las diferencias son aún más marcadas; por ello, ahora nos encontramos con una situación nueva. En lo de Trump, manda el interés americano, que hasta ahora ha barrido para casa, y a las pequeñas economías nos ha creado múltiples problemas por la llamada globalización, que ahora como antaño ha ignorado el interés de los pueblos que la sufren.

Trump habla para los operarios del acero en Detroit o Pensilvania, el llamado interés americano.

La agricultura, la alimentación a los pueblos, poco tiene que ver con la bolsa y los aranceles al acero y a los automóviles. Necesitamos crear estímulos, condiciones, para producir alimentos en los entornos en los que viven quienes los demandan, y ello sólo es posible fomentando la producción local, de proximidad, dependiendo poco del transporte y del frío industrial para su conservación.

La globalización olvida a la población local y las demandas básicas. Puede servir de ejemplo lo ocurrido los últimos años en Venezuela, que olvidaron el campo, ya que los petrodólares les permitían importar alimentos de cualquier punto del planeta, siendo el mayor consumidor de leche en polvo del mundo, sacrificando la ganadería local.

Veamos un caso concreto que afecta a nuestros hermanos de Venezuela. En los últimos años, ante la crisis de los precios del petróleo, los hechos le han pasado factura a un país cuyos responsables políticos no han mirado para el campo, olvidando la producción local. No aplicaron barreras a las importaciones, tampoco apoyaron a los productores locales, separaron agricultura y estómago, degradando el campo tanto en lo social como en lo económico.

Leche holandesa, argentina y neozelandesa para los niños venezolanos. Caso del Gobierno de Chávez financiando una cooperativa lechera en Argentina ("San Cor"), para producir leche en polvo para los venezolanos. Ahora, la cooperativa está en quiebra, porque Venezuela carece de petrodólares para pagar la leche, y en los campos venezolanos apenas quedan vacas y ganaderos.

La agricultura y la producción de alimentos requieren una cultura del territorio. Es mucho más que máquinas, mejoras genéticas con monocultivos, son también un riesgo ante enfermedades, y supuestos teóricos que funcionan en la bolsa y las producciones industriales, incluidos los tornillos.

Las recetas de Trump son un riesgo para el campo y la alimentación de la humanidad. Los temas no se resuelven ni con aranceles proteccionistas, ni con libre comercio, como se ha planteado en los últimos años. Hemos de contar con los consumidores y con los agricultores, con los que la salud, la alimentación y el medioambiente han de contar.

Hay que plantearse qué sociedad queremos. El campo es un tornillo del engranaje social, no de los planteamientos bajo presión de los lobbys, como parecen ser las medidas de Trump.

Y a los de aquí, hemos de decirles que el campo es mucho más que PIB; es cultura, y un modelo de sociedad más equilibrada, social y ambiental.

viernes, 9 de marzo de 2018

La Palma: crisis de identidad

La actual situación social de los palmeros genera más preguntas que respuestas. Difícil entender como pierde población una isla que actualmente cuenta con los mayores recursos de su historia, mientras que ese vacío lo cubren personas extranjeras que se han asentado en ella, pero a la vez, se cierran colegios, más de 30 unidades escolares. Hay un alto envejecimiento de la población, tiene campos sin campesinos, viviendas vacías, etc. ¿Tenemos respuesta para tal situación?

Si leemos en el haber, la Isla tiene algo más del 16% de los recursos hídricos de Canarias, cultiva más del 20% de los terrenos regados, tiene buenas instalaciones sanitarias y educativas, ha mejorado las comunicaciones, tanto hacia el exterior como las carreteras de la Isla, mientras el turismo mantiene una presencia discreta y posee una población residente procedente del exterior significativa.

Ayer y hoy en La Palma. Es bueno que repasemos las mejoras alcanzadas en los últimos años, para entender lo que tenemos y sepamos valorarlo en un contexto socioeconómico único, que devalúa lo pequeño, lo local, lo nuestro. La universidad y la escuela devalúan lo rural, los medios de comunicación entienden el campo como sinónimo del pasado, de un ayer superado. La alimentación de los isleños se disocia de la tierra, de lo local. El microondas o la nevera nos alejan del campo y de la naturaleza; ya no hay fruta de temporada, tenemos a nuestra disposición peras y manzanas todo el año.

Contexto histórico de La Palma. Sin lugar a dudas, en las últimas décadas se han producido los mayores cambios en la historia de la Isla, superando la penuria de la emigración masiva a Venezuela, que en muchos pueblos superó el 20%. En aquellos tiempos, la miseria y la penuria se ponían de manifiesto, por ejemplo, cuando en la Isla se instaló un sanatorio antituberculosos con cientos de jóvenes en Mirca. Una isla de secano, donde solo se regaban unos oasis en Argual-Tazacorte, Los Sauces, La Dehesa, la Galga, Oropesa o Gallegos. El resto eran cultivos de secano, careciendo de agua para beber en numerosos municipios del sur y noroeste de la Isla.

En las tres décadas que van desde los años 40 a los 60, se construyeron en la Isla casi 300 kilómetros de galerías y pozos, miles de kilómetros de canales y tuberías, se puso agua corriente en todos los municipios, multiplicando por tres o cuatro los caudales disponibles, creando una infraestructura agraria nueva, sorribando más de cuatro mil hectáreas, sorribas realizadas sobre lavas de las ultimas erupciones volcánicas, sobre todo al suroeste del municipio de Los Llanos, la costa de Tijarafe, Fuencaliente, Mazo, las Breñas, Puntallana y Barlovento. Sorribas que movilizaron millones de metros cúbicos de suelo agrícola, abriendo en el Llano de las Cuevas, en El Paso, uno de los cráteres más profundos construidos por el hombre en Canarias. Manteniendo una importante actividad agraria de secano, cultivando vid, tagasastes y otros frutales.

Crisis de valores o crisis de identidad. Las generaciones jóvenes, tanto los universitarios como el resto, han dejado de mirar al campo, la familia, la educación. El ambiente que se respira devalúa lo rural, la cultura de ayer como algo sin futuro.

La Palma, en el siglo XXI, dispone, con diferencia, de los mayores recursos de su historia: tiene más del 16% del agua que disponemos en Canarias, más del 30% de la superficie forestal, amplias zonas de suelo cultivable ocupadas por zarzales, rabos de gatos, etc.

El futuro de La Palma pasa por una revalorización de lo local, del campo y la naturaleza, dignificando el trabajo, el esfuerzo de generaciones que han buscado el agua, que han manejado millones de piedras para hacer paredes, que han dignificado un territorio con esfuerzo y trabajo. Mirar hacia dentro, dignificar las generaciones que hicieron las galerías y los pozos, sorribando las lavas calientes de los volcanes, sembrando y plantando frutales. Sin embargo, nos hemos olvidado de sembrar ilusiones y compromiso con nuestros hijos; la Isla tendrá futuro en cuanto en tanto sus moradores se lo crean y revaloricemos una cultura, una manera de vivir y estar en el territorio.

La crisis económica es más que nada cultural. Al mar fui por naranja, cosa que la mar no tiene.

Por primera vez en la historia de la Isla, la crisis tiene nombres y apellidos, es hija de una cultura que no mira para adentro, que ve espejismos, más que futuro, fuera, devaluando lo local, de tal manera que la Isla que dispone de más del 16% del líquido elemento no mantiene el 3% de la población. Está en nuestras manos otra lectura del presente y futuro, revalorizando lo local, el trabajo y el futuro de una sociedad más solidaria que dignifique a los palmeros, que han levantado las paredes y han hecho los canales, pozos o galerías. Se lo debemos tanto a los emigrantes como a los que se quedaron en una isla que tiene futuro si los moradores se lo creen. Para ello debemos mirar con respeto y cariño al ayer comprometido con un mañana.

viernes, 2 de marzo de 2018

Lanzarote y el cambio climático

Cuando leemos lo que está ocurriendo con los monocultivos y el abuso de pesticidas y agroquímicos, aparecen los interrogantes de los transgénicos. Países con desiertos "verdes", como el caso de la soja del norte de Argentina y Paraguay o Brasil. Suelo en el que los herbicidas no han dejado hierbas ni a los pájaros, causando problemas de salud en sus habitantes, llegando incluso a plantear el debate sobre prohibir la fabricación del glifosato y otros agrotóxicos.

En otro estado de cosas está la sequía, el cambio climático, los problemas del agua para la población, y los consumos por parte de la agricultura.

La agricultura de Lanzarote es una lección de economía de recursos, la adaptación de las plantas al medio, ya que tiene los secanos más productivos de Canarias, cultivando unas 4 mil hectáreas, con una producción que supera, los años buenos, las 20 mil Tm. Si bien hace unos años solo en cebollas y batatas superaban dicha cifra. Hablamos de una crisis cultural más que económica.

La devaluación del agro en Lanzarote es un tema cultural, en la que el productivismo, la revalorización de la naturaleza, separada de la cultura agraria conejera, unida a las modas, las importaciones de comida barata y la separación de los jóvenes del manejo y conocimiento de lo rural, asociando la agricultura solo con dinero y vida fácil, separando campo y salud, campo y cultura. Solo queda como referencia la bodega y el vino del país, por ello, más del 50% de las tierras cultivadas tienen viña. El resto de cultivos, jables y enarenados, ha entrado en crisis, ya que la cebolla ha tenido problemas de comercialización. Las legumbres de la tierra, higueras, tuneras y otros frutales, manteniéndose como paisaje singular, los cultivos de viña en hoyos o las goronas abiertas al sur.

Agricultura y viento en Lanzarote. Sin duda, una de las lecciones más bonitas de la agricultura conejera está en el maíz enano: ¿en cuánto tiempo ha conseguido el conejero cambiar la biología de una planta que según Jaime Gil se cultiva en Lanzarote dese 1750? La planta ha aprendido a vivir con los vientos alisios. En un periodo menor a los 300 años la planta se hace enana solo en el tallo, pero de gran rendimiento en la producción, con la quinta parte del agua que necesita en México, hasta dos mazorcas, en muchos casos. Es un cultivo que podemos proteger del viento, con setos vivos, de centeno, o bien con paja haciendo de barrera a barlovento del maíz. Cultivo que ha disminuido de manera significativa, quedando un 30% de la superficie cultivada en 1980, reduciendo también la superficie de cebolla al 10% (de 1.310 Has. en el año 1980, a 118 en 2014). La batata y sandía de 722 Has. a solo 118. Si bien se mantienen otros cultivos de hortalizas bajo riego, o bien las tuneras, que siguen manteniendo un 50%, y unos cultivos de papas en los valles.

La agricultura de Lanzarote es una referencia cultural de primer orden. No solo por mantener los cultivos de secano más activos de Canarias, unidos al Norte de Tenerife y a las viñas de La Palma. Es una agricultura singular en el manejo, bajo condiciones adversas (viento y sequía), tenemos un nivel de conocimientos empíricos muy valiosos, que hay que codificarlos y transmitirlos a los jóvenes. No olvidemos que se trata de una cultura que no es hija solo del hambre y la penuria, ya que en la vecina Maxorata la situación no ha tenido tal arraigo. Cultura que ha permitido la subsistencia ante situaciones límites, como ocurrió el año 1948 ante la sequía, en la que, sin una gota de lluvia, consiguieron una cosecha de boniatos en el jable.

Dignificar la cultura agraria es una tarea alcanzable, ya que Lanzarote se estimuló de valor hacia la naturaleza y el paisaje natural, pero separados de los agricultores. Hemos de señalar y dignificar al agricultor conejero como innovador, como adelantado ante la agricultura industrial, cargada de agrotóxicos e interrogantes. Un puchero con boniatos cultivados con estiércol en jable, y unas piñas de millo conejero, son algo básico que dignifica el paisaje y paisanaje, en una isla en la que el hombre ha domesticado la naturaleza sin romperla. Los cultivos de Lanzarote tienen mucho de imaginación, pero también de trabajo y lucha para domesticar los volcanes y conseguir algo para llevarse al estómago.

Por favor, separemos la agricultura del PIB económico mercantil. Asociemos el campo al PIB cultural de mucha sabiduría y experiencia acumulada al estómago y la vida más humanizada y menos monetarizada. Lanzarote es un laboratorio vivo del cambio climático y la lucha contra la aridez.