domingo, 28 de mayo de 2017

¿Somos lo que comemos?

Nos plantean todos los días los problemas de obesidad en Canarias, en muchos casos como la comunidad autónoma con más obesos y enfermedades relacionadas con la misma. El doctor Maceiras nos plantea la prevención como asignatura pendiente en nuestra salud.

Nos dice el amigo Pedro Molina que los trece millones de turistas no son "aristócratas" y que muchos quieren alimentos de la tierra y se interesan por los campos cultivados, en una valoración agroambiental.

¿Qué hacemos aquí y ahora para conjugar dicha realidad? La tele, el sillón, la comida basura, las papas fritas, la bollería..., pérdida de relación con el campo..., ni vacas ni cochinos ni gallinas...

Nos quejamos de que un litro de leche lo pagan al ganadero a 0,40 euros, menos que una botella de agua, y nos lamentamos de que los jóvenes no miran para el campo, el cual hemos devaluado social y económicamente; no queremos "esclavos" y nuestros hijos siguen el espejismo urbano de la ciudad, que impone al mundo rural un marco jurídico de contemplación, un campo sin campesinos. Nos alimentamos del exterior, ordeñamos el wasap o bien buscamos pokémons.

¿Son los campesinos una especie en extinción?-

La ley del suelo propone otro tratamiento sobre el mundo rural: que las labores y las actividades en suelo rústico sean más sencillas, que los campos balutos y las normas supuestamente ambientales dejen de ser una barrera como hasta ahora, donde las tierras labradas descienden cada año, o corrigiendo casos como que gran parte de las explotaciones ganaderas están como alegales y piden una moratoria, ya que la legislación anterior las condenó a la "ilegalidad". Leyes cargadas de normas urbano-consumistas planteadas por unos supuestos cuidadores de la naturaleza, sin contar con los campesinos.

Nos dicen los cocineros de la nueva ley que dicho documento recoge gran parte de la problemática del campo y los campesinos, y demandan una moratoria para casos complicados, con lecturas temporales para casos excepcionales. Esperemos que casos como el del suelo rústico de protección paisajística permita usos tradicionales: en una palabra, se simplifiquen los usos como antaño, ya que con dichos usos hemos conservado el actual patrimonio ambiental en las Islas. Esperemos también que cortemos las contradicciones actuales en las que un consejero autoriza y el otro prohíbe una instalación básica en el campo, un cuarto de aperos, un baño (Trabajo lo pide y Política Territorial lo niega).

Espejismo urbano y supuestos planteamientos de la modernidad.-

Nos decía el doctor Norman Borlaug (padre de la Revolución Verde) que con la mejora de las semillas, los fertilizantes, pesticidas, herbicidas, es decir, con la agroquímica, sobran alimentos y, por supuesto, campesinos. En Canarias nos hemos pasado: menos del 3% de nuestros activos para cultivar nuestros campos de complicada mecanización.

En las Islas tenemos actualmente una mentalización que comienza a valorar la sentencia de Víctor Lindlahr ("eres lo que comes"), que venía a decir que el 90% de las enfermedades eran producto de los "comestibles baratos". La inquietud por la comida ha ido en aumento en Canarias: la obesidad, la "alergia al sacho", las modas urbano-consumistas, los supuestos "protectores" de la naturaleza sin campesinos, los que dejan el sacho por la PlayStation, etc.

La nueva ley parece que está en un nuevo marco que rompe las barreras actuales, que facilita acercarse al campo y que promueve la producción de alimentos, los cultivos de la tierra, una alimentación sana, la puesta en cultivo de algo más de cien mil hectáreas, ahora cargadas de matorrales, desde aulagas a magarzas, zarzas y cañeros, con riesgo para los incendios.

Se debe volver a los usos tradicionales en nuestros campos, mejorando la situación alimenticia en nuestra tierra. Es preciso fomentar el papel social de la agricultura como generadora de alimentos y trabajo, así como su función vital en otro estado de cosas como el tema ambiental, pero también en el equilibrio demográfico y el mantenimiento del poblamiento. No olvidemos que en Canarias han perdido población más de veinte municipios en las últimas décadas.

Tenemos un serio problema con el campo y los campesinos. Hemos de crear nuevas condiciones tanto en un equilibrio de población, alimentación y medioambiente, sobre todo la incorporación de nuestros jóvenes al territorio en un nuevo modelo socioambiental en el que lo local, lo pequeño, lo nuestro, se dignifique y revalorice. La actividad agroganadera es una de las patas de la mesa del territorio y la sociedad canaria.

domingo, 21 de mayo de 2017

La deshumanización del territorio

Es difícil entender y explicar, tanto al mundo rural como a los entendidos, las dificultades que existen para desarrollar la actividad de agricultor o ganadero en nuestro medio rural. En Canarias no solo hemos de soportar una naturaleza adversa para la actividad, que incluye vientos, sequías, difícil orografía, plagas..., y que se completa con una compleja estructura comercial compuesta por intermediarios locales, importadores o un mercado atomizado. Además, el agricultor y el ganadero soportan un amplio aparato de leyes que parten de los ayuntamientos y llegan hasta Bruselas, leyes que establecen numerosas líneas rojas que ignoran que los gestores del territorio en Canarias, los campesinos, nos han dejado uno de los espacios más ricos en el plano ambiental.

Es este un tema que no queremos reconocer. El pueblo con mayor riqueza de diversidad de la UE tendría la obligación de respetar y tratar con cariño a los agricultores y ganaderos canarios, ya que han sido capaces de conservar, con gran sabiduría, nuestra naturaleza. Es inconcebible cómo aquí y ahora las vacas no caben en un suelo rústico de protección paisajística, hasta el límite de tener que esconderlas, mientras que en países con mayor tradición de conservación medioambiental, como Holanda, sí se permite. Asistimos incrédulos a cómo se establecen barreras que prohíben y limitan usos tradicionales de siempre, como la construcción de una pared de protección, un establo para el ganado, la limpieza de maleza por si hay plantas supuestamente protegidas, un gallinero, con o sin gallo, o un goro para un cochino. Incluso utilizar una gañanía que tiene cabras para poner vacas requiere de unos permisos especiales, motivados por unos supuestos cambios de uso. Con tanta legislación estamos olvidando cuáles fueron los motivos de haber creado esas normas, y la existencia de prácticas tradicionales y pactos no escritos que, por ejemplo, posibilitaban la limpieza de las malezas para prevenir incendios y evitar los problemas de plagas en nuestros campos.

Antes, los campos abiertos, la rastrojera con pastores en los veranos, permitían una mejor gestión del territorio, como ocurría con los pastores en Los Rodeos en los años ochenta. En estos momentos ignoramos los usos tradicionales, como referencia de una gestión compartida, más sostenible, que contribuye a reducir el peligro de incendios gracias a las tierras de cultivo, un campo sin maleza, un campo vivo, más sostenible, con campesinos y ganaderos. Aquí secamos las fuentes que manan sabiduría.

Aquí y ahora echamos a los que quedan, como bien dice el amigo Pedro Molina. Seguimos poniendo piedras en el camino que desmotivan y crean incertidumbre a los que quieren hacer surcos, con la áspera piel de las islas. Relato ahora un ejemplo de libro. Un joven con 20 años, que tiene seis vacas, consigue una cuadra, en Lomo Largo, en La Laguna, alejada de vecinos. A pesar de que la lógica diría que es un lugar ideal para esa actividad, no le autorizan poner las vacas porque la cuadra se encuentra en suelo rústico pero de protección paisajística. Es decir, hay una línea roja que determina que en ese lugar no pueden pasar las vacas que han estado pastando y conviviendo con los ganaderos por esos lares a lo largo de quinientos años.

Volviendo al caso de Holanda, este país, que tiene apenas unos 40.000 km2 de superficie, sin embargo tiene más de cuarenta millones de holandeses, vacas y colinas. No obstante, en nuestro territorio parece que no hay espacio para media docena de vacas, y, lo que es peor, estamos echando a nuestros jóvenes de una actividad clave en el presente y futuro de esta tierra, desmotivando a un colectivo joven que no tiene alergia al sacho, que siembra y planta gran parte de lo que le queda en Tenerife, que quiere vivir de la actividad ganadera. Jóvenes que son claves en la recuperación del campo, pero, sobre todo, en la tarea de dignificar no solo el mundo rural, sino una labor que contribuye a armonizar la agricultura con el medioambiente, la producción de alimentos obtenidos aquí como "kilómetro cero" y la sostenibilidad. Jóvenes que se sientan reconocidos, valorados no solo como parte de romerías a las que se va vestidos con trajes típicos prestados, y que tengan un reconocimiento social, en el que se valore el importante papel de la ganadería y la agricultura, tanto en su papel de productora de alimentos como también en el plano ambiental, lucha contra incendios y como parte de una sociedad más sana y equilibrada.

¿Que no ponemos vacas en Lomo Largo? ¿Las ponemos en La Carrera? Las leyes han de estar al servicio de los hombres. Demandamos leyes justas, con reconocimiento humano de lo que hemos hecho bien en el territorio.

Los agricultores y ganaderos son básicos en una sociedad ambiental y socialmente más justa. No echemos más campesinos del campo.

sábado, 6 de mayo de 2017

Icod de los Trigos y los urbanitas

Leer lo que ocurre en nuestro territorio es complicado, tenemos un lenguaje cargado de tópicos y generalidades. Icod el Alto es un caso de un pueblo ampliamente desconocido en la propia isla de Tenerife, ya que en algunos casos lo confunden con Icod de los Vinos y en otros lo asocian al Tenerife más profundo.

Icod de los Trigos es una isla dentro de la isla picuda, ya que, hacia el Valle de La Orotava lo separa una gran pared, salvada en contadas ocasiones por la carretera (caso de Risco Blanco por la primera carretera), mientras que tampoco tiene mejor situación hacia elmar, al quedar colgado por una acantilado cortado hacia poniente por el barranco de Ruiz. Si bien en la parte alta la topografía es más suave -Fuente del Bardo, Tierras de Mesa-, al sur, con una orografía más dura, nos encontramos la cumbre y el acceso a Las Cañadas del Teide, muy vinculada con el pueblo dado el gran peso ganadero y la complementariedad económica con el sotavento insular.

Icod de los Trigos y los Alisios, buenos suelos en una cota barrida por los mismos, acoge condiciones de humedad ideales para cultivos de secano, papas de color, trigo, maíz, legumbres. Lo que se conoce como una cultura de rotación, generalmente a tres hojas, papas, cereal manchón y legumbres. Los suelos son fértiles, ya que no han tenido vulcanismo reciente, dominando suelos ricos hasta en el barranco de La Chaurrera en San Juan de la Rambla.

La propiedad de la tierra en tiempos pasados no fue un factor positivo, ya que lo que predominó fue un sistema absentista, quedando los vecinos del pueblo como medianeros, con un peso tanto del pastoreo como de actividades complementarias, como la cría de cerdas madre, venta de lechones en toda la isla (los cochinos de Icod el Alto), en otros casos pavos, bestias de trabajo, mulos, asnos... Economías complementarias con el sotavento insular, semillas de papas intercambiando entre ambas, higos pasados, almendras, vino, castañas, con Las Cañadas como vía de comunicación en el invierno, que por sus peligros adoptaron a la Virgen del Buen Viaje como patrona de La Cruz de Tea e Icod de los Trigos (ruta de la cumbre Granadilla-Los Realejos).

Posteriormente llegaron cambios sociales, con la carretera se abrió la búsqueda del trabajo asalariado fuera, hacia el Valle y hacia el sur. Las mejoras de las carreteras hacia el valle en la década de 1940 y hacia San Juan de la Rambla-La Guancha en los 60 generaron cambios significativos: agua y luz eléctrica, venta de gran parte de las fincas... Los medianeros adquirieron parte de los predios que habían cultivado sus padres y ahora solo quedan solo tres fincas grandes de antaño. Otros cambios sociales han sido las pistas agrícolas, la construcción del colegio de La Pared con luchas sociales de sus vecinos (Hilaria, Antonio Mesa, Estela, Cesario Llanos, Diego Pérez) y por parte de algunos dirigentes locales, que dignificaron una comunidad marginada, con numerosas referencias del aislamiento local, siendo la fiesta de La Degollada uno de los puntos de encuentro.

Los urbanitas.- Ahora parece que esa época de puesta en valor de la identidad de la zona, enraizada en lo rural, ha quedado atrás, reflejándose en una pérdida de referencia de lo local. Si bien se mantiene un alto porcentaje de tierras labradas, domina la cultura urbana que ahora llamamos globalización -caballos de paseo, concursos de perros de raza olvidando nuestros podencos, rallyes-, a lo que hay que unir problemas en el sector primario derivados, en muchos casos, del olvido de buenas prácticas tradicionales -los problemas con la polilla guatemalteca en las papas, pérdida de los sistemas de rotación de antaño, dificultades no resueltas en la gestión del agua que afecta a tomaderos, redes de riego y mantenimiento de las balsas; problemática en la comercialización y tareas pendientes, como la necesidad de agrupar los terrenos dada la dispersión parcelaria-.

Los jóvenes dejan de ser ciudadanos de un pueblo aislado, afortunadamente, pero a costa de denostar el mundo rural. No hemos conseguido en Canarias, ni en la localidad más aislada, la dignificación y revalorización del mundo rural, algo básico tanto en el plano cultural como económico. En el caso de Icod de los Trigos, las papas de color tienen una demanda y posibilidades de generar ingresos pero la cultura dominante no mira para el campo. Vivimos en un mundo rural con cultura urbano-consumista, nuestros jóvenes viven en una sociedad que ha devaluado todo lo rural. Icod de los Trigos apenas tiene trigo, no hay barbecho, ni siembra, ni plantación en lo que fue una comunidad rural de las más arraigadas de Tenerife, en el monte, en el campo o en iniciativas valiosas como la de perforaciones de las galerías.

Encontrarnos con el ayer es también optimizar un medio fértil, útil tanto en el plano económico como ambiental. La presencia de tierras balutas en Icod de los Trigos -zarzales y helecheras-, existiendo paro y bancos de alimentos, es una ofensa a una tierra de hombres y mujeres cargados de lucha e ilusiones, en una tierra con surcos en tierras de otros amos. Ahora faltan ilusiones y compromiso, con un campo que atiende y brinda cosecha a los que hacen surcos en su piel.

Dignificar el pasado es tener compromiso con la cultura agraria en uno de los terrenos más fértiles de Tenerife, dignificando su gente, su trabajo, su sabiduría y espíritu de lucha. Dignificar el campo es desterrar complejos, es hacer de esta una tierra más sostenible social y ambientalmente. Icod de los Trigos debe continuar siendo un ejemplo de lucha y de compromiso por la dignificación del mundo rural en Canarias.

Miremos hacia dentro, dignifiquemos el ayer.