lunes, 20 de noviembre de 2017

Tenerife: agua, olvido y sequía

Hemos olvidado en unos años los signos de progreso más serios en la historia de la isla picuda. Entender lo que ha ocurrido en el último siglo en Tenerife nos obliga a una lectura de las obras hidráulicas, que han aportado algo básico en la vida de dicho territorio. Y es que Tenerife estuvo en tercer lugar en los aportes hídricos de Canarias varios siglos, manteniéndose en una media de 30 Hm3, hasta que la perforación de galerías y pozos aportó lo que la naturaleza había guardado bajo su piel. Hasta bien avanzado el s.XX, entorno a los años 30, la isla disponía de algo menos de 50 Hm3/ año; la situación cambió en sólo cuarenta años, se multiplicaron los caudales por cuatro, para situarse en la década de los 70 en algo más de 200 Hm3, situación que se produce extrayendo reservas, ya que los recursos disponibles no cubrían tal volumen.

Actualmente estamos hipotecando no sólo el futuro, sino también el presente. La isla ha perdido más del 50% del caudal que manaban las galerías en la década de los 70, mientras hemos doblado la población en este periodo. Se ha aumentado el consumo por habitante, por lo que tenemos la obligación de tratar este tema como algo prioritario en el plano social y económico.

El descenso de más de 100 Hm3 en cuarenta años es una mala cifra que debe hacernos reflexionar, si bien las desaladoras están cubriendo el hueco de manera coyuntural, no olvidemos el papel de los alumbramientos de agua distribuidos por toda la isla, algo básico para abastecer a la población y para mantener la agricultura y la vida en el interior de la isla. Esta situación se explica por la sobre explotación del acuífero insular, pero también por la descapitalización del sector de galerías y pozos. En este sentido se carece de gestores en las galerías, canales, obras básicas de mantenimiento, además, se ha apostado por la venta de agua a puerta de la galería, con rentabilidad a corto plazo, y por la desvinculación con un patrimonio económico-cultural por parte de la segunda o tercera generación de los que buscaron el agua. Es necesario un acercamiento entre las instituciones públicas y las comunidades de riego, pozos y galerías.

De una generación "heroica" se pasa a una "rentista". Es difícil entender que en la isla picuda se construían en los años 70 una media de algo más de 20 Km de galerías al año, es decir, 10 metros al día, mientras que hoy no construimos al año lo que antes se hacía en un día, tiempos en los que labrábamos más de 50.000 Has, construyendo sorribas, estanques, canales, carreteras, viviendas, escuelas, hospitales, etc., etc. Ahora solo miramos a las desaladoras como alternativas, y nos acordamos de las depuradoras cuando aparecen las microalgas.

Otra cultura y otra política son necesarias; obras hidráulicas y gestión del agua es mucho más que desaladoras. Hemos de invertir más recursos económicos en resolver la problemática del agua, tanto en mejora de las canalizaciones y red de distribución, como en la depuración y red de canales hacia el mundo rural. En otro estado de cosas, se requiere el fomento y el apoyo por parte de las instituciones a comunidades de regantes. Se impone, por razones obvias, rescatar social y culturalmente otra visión del agua y su gestión, ya que es difícil mantener los actuales niveles de consumo y derroche del líquido elemento, con un alto nivel de insolidaridad regado por la ignorancia. La sequía no es solo meteorológica, necesitamos regar ideas de solidaridad y compromiso propio de los tiempos. Este año se ha puesto de manifiesto el agotamiento del modelo en Vilaflor, Icod de los Vinos y El Rosario, donde se palpan síntomas, no sólo del agotamiento de los acuíferos, sino también de una red y una gestión cargada de ineficiencias.

Los hechos nos imponen otra política hídrica para el s.XXI. El problema del agua no es sólo de más tornillos y petróleo, utilicemos la cabeza.

Necesitamos regar la sequía de ideas sobre otra cultura del agua propia de cuando éramos "pobres"

lunes, 6 de noviembre de 2017

Garafía y los pobres

Si leemos los datos de la riqueza y la pobreza en Canarias, según localidades de las Islas y asociando las mismas a la declaración del IRPF, vemos cómo Santa Brígida es la más rica (con 34.449 euros anuales de media por habitante), situándose Garafía en la cola de los 81 municipios de Canarias (con 14.016 euros anuales de media).

Los más ricos se sitúan en la periferia de las capitales, zonas de residencia de los nuevos ricos, como Tafira en Gran Canaria o El Rosario en Tenerife. Mientras, en las zonas más alejadas como Garafía en La Palma o El Tanque en Tenerife, se encuentra la periferia campesina, los pobres. Otros como Tazacorte, Hermigua, pobres en pueblos ricos, en unos casos tierras sin campesinos y en otros la riqueza ausente de los habitantes del lugar, lo que llamamos municipios "saudíes", la riqueza en pocas manos y ausente del territorio, casos de la península Arábiga y Venezuela.

Garafía, desde el punto de vista de los recursos, es uno de los municipios más ricos de Canarias, y, con una superficie de 100 km2, barrido por los Alisios, dispone de un amplio campo cultivable. Fue el mayor productor de cereales y papas de la isla, con una importante actividad ganadera, manteniendo en los años cincuenta entre el 8 y el 10% de la población de La Palma (hoy entre el 2 o el 3%). De aquí salían los barcos cargados de alimentos (cabotaje) hacia Las Palmas de Pepe Monagas (papas, queso, ganado, carbón, vacas -el Sancho, la Evelia-). De aquí se llevaron semillas de tagasastes para Australia y Nueva Zelanda, donde hoy cultivan miles de hectáreas, mientras aquí solo hay tierras balutas. Sólo queda como tierra cultivada la zona de las Tricias, con esmerados cultivos de vid, mientras el resto de Garafía es la referencia de un modelo que ha empobrecido el medio rural, en el que importamos todo, no defendemos la producción local, y hemos creado una cultura del espejismo urbano, generando la huida del campo.

Garafía ha pasado de más de veinte colegios a menos de media docena; de la mayor feria ganadera de Canarias, San Antonio, a una docena de vacunos. La Garafía sin carretera, sin luz ni agua, que pagaba los quintos a la administración en la década de los 50 a la Garafía con varias galerías de agua, con mejoras significativas en las comunicaciones, pero sin estímulos económicos ni culturales, ni garantías de precios para los productores de la tierra, importando hasta el trigo para un potaje tradicional.

Otra Garafía es posible y otras islas son básicas para sembrar solidaridad y riqueza mejor distribuidas en Canarias: inversiones en el medio rural, garantía de precios a los productores locales, escuela que dignifique el trabajo en el campo. Gran parte de los recursos sociales hemos de ponerlos en los surcos, en las tierras balutas. Otra Garafía es posible con planteamientos por parte de las administraciones que dignifiquen la vida en el medio rural.

Curiosamente, han sido personas venidas de fuera, de procedencias centroeuropeas, que aquí vemos como marginados, las que han dignificado el paisaje rural y agrario de Garafía. Es el ejemplo de Buracas, donde esta población significa ya la mitad de los niños del pueblo, y son los que han contribuido en mayor medida al relevo generacional del campo garafiano, contribuyendo en el impulso del mercado del agricultor. También Puntagorda ha ganado población de esta manera. Otra Garafía es posible con garafianos "contaminados" por un modelo más solidario social y ambiental. Ello requiere un cambio en la política y la cultura en Canarias hacia un modelo más solidario y sostenible. Hay razones para abrir nuevos surcos, nuevas ilusiones en el campo canario. Garafía es una de las parcelas con más posibilidades; puede y debe salir de la Canarias insolidaria y marginal.

Santa Brígida no es más rica que Garafía; necesitamos una sociedad más solidaria y más justa también con los campesinos.

El mundo rural tiene que revalorizarse económica y socialmente para que esta tierra sea más sostenible y autosuficiente.